lunes, 9 de abril de 2012

Mamed Casanova


LA CUEVA DE ZARATRUSTA

Mamed Casanova










Crónicas: BANDOLERISMO: MAMED CASANOVA, EL BANDOLERO CENTENARIO
 

El celebre bandolero tiene el gesto sombrio, dominador y galán, con que aparecen en los retratos antiguos los capitanes del Renacimiento: es hermoso como un bastardo de Cesar Borgia...
En el retrato de Mamed Casanova nada delata al asesino. Su rostro lo mismo puede ser el de un monje penitente que el de un hidalgo sombrío. Mamed Casanova mató siempre sin saña, con frialdad, como matan los hombres que desprecian la vida, y que sin duda por eso no miran como un crimen dar la muerte. Los instintos de ese terrible bandolero son los instintos que en otro tiempo sirvieron para perpetuar las dinastías, y que hoy sólo de tarde en tarde alcanzan tan alta soberanía, porque las almas son cada vez menos ardientes, menos impetuosas, menos fuertes. Yo creo advertir en los ojos de ese retrato más audacia que perversidad. Tiene el alma en ellos, el alma de los grandes capitanes, fiera, gallarda y de través, como los gavilanes de la espada. Desgraciadamente, ya quedan pocas almas asi. ¿Será verdad que cuando se extinguen por completo las razas agonizan?"
Ramón María del Valle-Inclán



El sol detenga sus rayos
y la luna su luz bella
el mar encrespe sus olas
y estremézcase la tierra
que va Mamed Casanova
a contar su historia entera,
para instrucción de los hombres,
regocijo de las hembras,
emoción de ustedes todos
y entusiasmo de la Prensa.
Mamed Casanova se ha consolidado como el más célebre de los bandoleros sociales gallegos del siglo XX. Con su bello nombre, malogrado en parte por el alias Toribio con que pasó a las coplas y a los recuerdos populares, alcanzó fama tan fugaz como inusitada hace ahora cien años.
Las primeras planas de la prensa, gallega, española e internacional, se abrieron para seguir su pista, haciendo algo análogo al relato de una asañada cacería. Escritores de enorme talento, caso de Emilia Pardo Bazán, Valle-Inclán o Julio Camba, cedieron (aunque con actitudes dispares) ante su estampa, su significación o su popularidad; y los ciegos, con su literatura del cordel, fabricaron el hilo popular de una historia, larga e intensa. Incluso mereció una monografía de Augusto Riera, muy apegada a las noticias del momento. Forma parte de la serie dedicada a Los grandes bandidos por la Biblioteca Nueva de Madrid.
Aventuras, audaces a veces; temerarias las más; duras, como la insólita belleza del entorno, merecen un recuerdo, en la hora de su centenario.
Las primeras andadas
Cuna rústica me dieron
las montañas de Ortigueira,
y sin ayuda de nadie
adquirí cultura y ciencia
estudiando en los periódicos,
que son la mejor escuela.
Allí admiré las hazañas
de Rocámbole y Candelas,
del Chato del Escorial
y del gran Sacamantecas;
allí conocí de Higinia
el valor y gentileza,
y de Cecilia el donaire,
y de Troppman la fiereza...
Comenzamos a prestarle atención cuando andábamos enfrascados en el descubrimiento de un movimiento social hasta entonces inédito. De enorme importancia histórica: el agrarismo gallego. Nos encontrábamos de pronto con dos formas coetáneas de rebeldía, harto diferentes entre sí; pero coincidentes en una España de ayer mismo. Con fuerte peso de la vida rural, esa España y esa Galicia del personaje se ha ido para siempre.
Nació en San Mamede de Grañas do Sor, parroquia del ayuntamiento coruñés de Mañón, el 15 de febrero de 1882. Hijo de madre, como es de rigor, Mamed no tuvo padre conocido. Un dato que nada prefigura. Algo ni más ni menos normal (o «natural», si se quiere rizar el rizo de la caracterización de los incógnitos) que la de tantos otros echados al mundo en la densa geografía de la pobreza. En este caso, en los límites que conducen sin ruptura de las tierras norteñas de Coruña y Lugo.
Se dijo, siguiendo el hilo del determinismo más primario, que su padre (el incógnito) o su abuelo (¿?) fuera un tal Balseiro, de desviada trayectoria, si se mira desde la moral establecida. Con importante historial en el mundo del «delito». El propio Julio Camba, nihilista y anarquista a la sazón, creyó a pies juntillas en esta especie de predeterminación al crimen de los Balseiro. Una "casta aristocrática de antisociales" -por utilizar su lenguaje- que concluía en Mamed Casanova.
Mamed es un Balseiro. Viene de aquel José Balseiro que fue lugarteniente de Luis Candelas en las sierras y llanos andaluces. El pueblo venera a esos hombres extraños, con la misma veneración que se concede a los santos y a los héroes. Son héroes también ellos y tienen de los santos la virtud milagrera que realiza imposibles. Además son rebeldes e inactuales. Su anhelo de vida no se adapta a la manera de ser de su época. Están en lucha constante contra la sociedad y la vencen mientras pueden. Después, la sociedad les vence a ellos y los castiga. Es lo justo.
La actitud observada por la madre parece desmentir esos orígenes. Lleva de ella algo más que el bello apellido y gozará siempre de su afecto imperturbable. Ese es, en realidad, el único antecedente cierto.
En Mamed todo es confuso, salvo el desvelo de su madre soltera, María Casanova Sueiras. Una mujer muy pobre, prematuramente avejentada, dispuesta siempre a enderezarlo, metiéndolo por el camino de la prosperidad imposible. Llegará a ser, por esa lucha, mucho más que la Magalena bíblica, acaso porque entendió mejor que la mayoría la íntima desgracia de aquel hijo único, al que irá siguiendo de pueblo en pueblo, de interrogatorio en interrogatorio, de cárcel en cárcel. Su Cristo, siempre perseguido.
También consta el respeto con que él la trataba. Cuando menos en público. Por ella supo leer, escribir y dibujar. Y en su original via crucis aprendió con ella a amar dos cosas: la lectura y la aventura. Fue díscolo aprendiz de herrero y lector apasionado de aquella prensa coruñesa de entresiglos (la Universidad gallega de la profesión). Cuando empieza a poblarse de dibujos en primera, con titulares sensacionalistas, sin haber prescindido todavía del viejo novelón romántico...
Mamed será, en realidad, la estrella popular y la víctima del excelente periodismo de entresiglos.
Primera aventura
El mozo creció en la aldea. La primera aventura, verdaderamente esperpéntica, se cumplió a los quince años. Será, por muchos motivos, la que prefiera Valle-Inclán:
Desenterró el cadáver de un indiano, vistiose la mortaja, y ataviado de esta suerte, fue a la casa mortuoria para dar el pésame a la parentela de hijos y nueras congregada en la cocina al amor de la lumbre.
A don Ramón, que adornó otras versiones mas fieles a la prosaica verdad de cada día, le entusiasmaba el extraño atractivo, shakespereano, de esta historia, adobándola años después en Las galas del difunto.
Doña Emilia, por el contrario, no encontrará en esto hazaña alguna. Siempre le pareció delito, tan repulsivo como la profanación de una sepultura, y tan común como el robo de unas ropas. Pero la sonada aventura sufrió múltiples deformaciones posteriores. En la más esperpéntica, el difunto cambia de sexo para convertirse en el verdadero gran amor de un Mamed joven y emigrante, que asalta acalorado la tumba de la amada, yerta, la noche del entierro, celebrando con ella el coito más patético de nuestra literatura. Al margen de toda convención moral, Mamed cohabitaría con la hija superviviente de aquel amor, madre incestuosa de uno de sus hijos...
Este anticristo gallego (escribirá Prudencio Iglesias Hermida) ha cometido el crimen sin sangre más horrendo y más grandioso que coloca a su autor a la altura de la tragedia griega. Fue por amor el crimen. Y hay en él ferocidad, barbarie y sacrilegio. Hay seres que se equivocaron al nacer, y nacieron hombres en vez de lobos.
El Lobo de las Grañas
A los 17 años hiere, a puro nervio, a un mozo de 25, guapo, chulanguero, peleador de fiestas y romerías. La paliza, soberana, hizo pública su fortaleza. Desconcertante, dada la menudez de su cuerpo. Un alguacil, que se puso a reprenderle, fue pasto de una ira incontenible. Denunciado, probó la cárcel por primera vez. Irredimible, trocado de pronto en clásico «licenciado de presidio», su desgracia comenzaba en medio de la normalidad, como un espectáculo más que común de la vida no urbana, pareja con la de tantos personajes de cualquier epoca.
El caso que encadena su vida al monte y a la leyenda de manera definitiva tampoco se hizo esperar. Vuelve a ser tan común como la vida misma de aquellos lugares.
En las Grañas del Sor, una cuadrilla asalta la rectoral. En el asalto se comete robo y asesinato: el ama del cura. Mamed aparece entre los primeros detenidos. Se le acusa por instigador y dirigente de la partida.
Nadie pondrá demasiado tesón en probar la certeza de aquella presencia. La supuesta facilidad para acceder a la propiedad desde los camposantos, pesó tanto como el testimonio amedrentado del sobrino de la difunta y del más que interesado juicio de alguno de sus pretendidos acompañantes...
Mamed, en su vida, asumió como propias casi todas sus culpas; pero siempre se negará a admitir ésta. La única muerte. Y ni siquiera sus más implacables detractores coincidieron con el jurado y los jueces en semejante veredicto.
Por huir de la cárcel, cuando se le detuvo para la primera vista, trocó propiamente en fugitivo, rebelde y bandolero solitario, cargando de pasión una causa muy confusa que hará de él reo de muerte.
El primer retrato disponible es el del Juez de Instrucción. Lo describía así en el Boletin Oficial al ordenar su busca y captura:
Hijo natural de Maria Casanova, de diecinueve anos de edad, soltero, herrero, natural y vecino de Grañas, sabe leer y escribir. Estatura regular, ojos claros, poco bigote, color palido, tiene granos o espinas en la cara.
La Caza
Hasta el 7 de octubre de 1902 los lectores de El Liberal, el diario madrileño mejor informado, no tiene detalles de Mamed Casanova; pero ese día el periodico de Miguel Moya y Alfredo Vicenti titula, noveleramente, la noticia: «Un bandido en Mañón». Acierta a dar con el tono popular del personaje, cuando llevaba en el monte algunos meses. Desliza como verdad incontrovertible esta sospecha: los aldeanos le prestan protección, advirtiendole de la presencia de civiles.
Ultimamente —añade un corresponsal— se presentó en una misa que se celebraba en una iglesia parroquial de Mañón, armado de un revolver Smith y de una escopeta. Se acercó humildemente al párroco y le pidió una limosna. El párroco le dio cinco pesetas. Después, recorrió la nave de la iglesia, pidiendo a los fieles que la ocupaban. Todos, atemorizados, le entregaron alguna cantidad. Toribio reunió entonces veintiseis duros.
Desde aquel comienzo, la prensa va dando cuenta, casi día a día, de las andanzas populares del bandolero. Se le llama el bandido de Ortigueira.
Acuciado por las informaciones, el alcalde ortegano reclama fuerzas para perseguir a un criminal que –se afirma- recorre las aldeas, amedrentando a las gentes, cometiendo toda clase de robos. Entendiéndola como necesaria, debido a la impunidad de que goza, se organiza al fin contra el bandido una batida en regla.
Bien mirado, alcalde y periodistas están tomando las posiciones del juez, del tecnócrata de la justicia. Por lo que sabemos, incluso los más enterados de su vida y «hazañas» no podían sino atribuirle aquel asesinato, y en partida (si bien el argumento judicial ha de ser siempre el de que fuera el propio Mamed quien la organizara, dando fuerza y sentido al grupo asaltante). Pero surgió de pronto lo que era de esperar. Algo hacía a la gente llana ponerse de parte del perseguido, desconfiando de los perseguidores. Entre unos y otros, el 30 de octubre los lejanos lectores de Diario de Pontevedra ya seguían con especial interés las aventuras de un héroe popular de carne y hueso. Se enteran, además, de cosas pintorescas. Saben que en Insua le mandaba recados al cura y a la maestra. Y que era ésta la encargada de hacerle llegar la prensa que mentaba sus andanzas. Así pues, el bandolero, famoso, gusta de darse al narcisismo de saber como se adoba su figura. En una fuga apresurada (se dijo), cuando los civiles toman su atillo, encuentran unas cartas donde protesta de las versiones dadas de sus andanzas en las páginas de La Voz de Galicia.
Los periódicos llegan a insertar pretendidas conversaciones del perseguido con sus amparadores: los mociños lugareños:
-Mamed, se viñeran agora ós Civiles pillabanche.
-Non pensedes que ía ser tan así. Matábaos con isto (enseñaba el revolver), ou con isto (otro revolver), ou con isto (y mostraba dos cuchillos de gran tamaño que Ilevaba al cinto).
Nueva descripción
Al decir de los periódicos, Casanova –además de calzar revólver y cuchillo al cinto- vestía entonces boina con visera, chaqueta negra, chaleco claro, pantalón de pana y gruesos zapatos.
No era la ropa habitual de los campesinos. Era más bien la vestimenta de la chulería de los contornos en tiempo de romería. Su escopeta, de gran precisión, pasa a ser pronto otro aderezo de su figura. Como el uso fácil del gallego o el castellano dialectales.
Este mismo mes de octubre de 1902, la captura de Mamed Casanova era cuestión de honor para la Guardia Civil, acuciada por un periodismo implacable.
Aunque no sea cosa nuestra dar lecciones de busca y captura al señor gobernador, nos permitimos sugerirle que desvista de uniforme a sus guardias. Que escoja entre ellos a los que sean más aficionados al acordeón y a la zambra, y tenga la seguridad de que, apenas iniciado el primer baile rural, Mamed Casanova no tardará en presentarse, siendo de los primeros en puntear la muiñeira o en contornearse a los sones de una danza cadenciosa.
La caza se organizó, estratégicamente, con efectivos elevados, que llegaron al centenar de números. Sin embargo, esta organización de la batida aumentaba la popularidad del perseguido y, a lo que parece, el apoyo popular.
Para más, las andanzas de Toribio se tornan desafiantes. Se le ve, por ejemplo, como bailador en una fiesta de Las Navas. A la autoridad lugareña que lo interroga le habla de apoyos e influencias y la seduce, al decirle que está harto de tanta fuga; que está pensando, seriamente, en tomar la vía de escape más común para los rebeldes integrados de su tiempo: el destino emigrante; que soñaba, en fin, con las Américas. Pero violó entonces, forzándola (se dijo), a una moza de 16 años. Trató de justificarse diciendo que no tenía forma más romántica de hacer el amor…
Los civiles, que leían los mismos periódicos que Mamed leía y que escuchaban a los mismos ciegos y copleros, padecían el efecto heroico, buscándolo a ciegas. Entre el temor y la falta de tino de los perseguidores, aumentaba la fama del muchacho. Sabedor del efecto popular e hijo al fin, por bravío que fuera, de la cultura de todos, jugaba a mágico. Se hacía acompañar de una pega carrachenta (hurraca negra), cuyo oficio era el de espanta-civiles. Y en mil ocasiones su suerte y habilidad le salvaron de aprietos, que también trascendieron.
Una vez, mientras hablaba con otro mozo de su edad, un civil le dio el ¡alto!; pero Mamed, como un rayo, se echó a por la escopeta, pegándole un disparo certero que lo dejó inútil para la carrera, desarbolando la pareja... Porque aún no dije que entre sus famas no era menor la de su formidable puntería, adiestrándose de continuo en ella, como en el mejor cine del Oeste de mucho más tarde. Era capaz (lo escribió un corresponsal) de hacer blanco a 20 metros sobre una moneda de cinco céntimos arrojada al aire.
Pero a pesar de los apoyos, el robo con la intimidación se convirtió en su ley. Actuaba siempre en solitario, prefiriendo las ricas rectorales. Otro desmentido, pues, aunque a posteriori, de la muerte ocasionada con su cuadrilla.
Juzgado en rebeldia
En los ultimos días de noviembre de 1902, ante formidable expectación, se celebró la vista de la causa por el crimen de las Grañas del Sor. Mamed, principal culpable para la acusación pública continuaba en rebeldía, aunque hace de aparecido constante en documentos e interrogatorios.
La defensa trataba, por todos los medios, de probar que el bandolero no participó en el asalto de una rectoral que tenía abierta, dado que el cura de Grañas era, públicamente, amigo y habitual contertulio de Toribio. Don Manuel Casás Fernández, célebre abogado defensor de uno de los acusados como integrantes de la partida, atribuye la formidable expectación por el proceso al único ausente. Dice entonces el futuro presidente de la Real Academia Galega:
En los cantos de la poesía popular, en los romances callejeros, celébranse las hazañas de Mamed Casanova, buscando no la recriminación para sus fechorías, sino la simpatía de las gentes para su valor y su audacia, y las trovas se extienden por el pueblo y la personalidad del malhechor truécase en arrogante héroe que a todos entusiasma y a todos cautiva: una ilustre escritora traza la psicología de su carácter y nuevo Musolino ocupa puesto de honor en la culta literatura, y como si todo esto fuese poco, allá en la Alta Camara, suena el nombre de Toribio como si fuese importante personaje, y así crece y se agiganta la silueta de ese reyezuelo de las escabrosas montañas de Mañón.
Bien sabemos, sin embargo, que no todos corean a Mamed. Abundan incluso las incitaciones a una rápida captura, pronunciando los más sacros de los lugares comunes. Pasaba, con todo, y la cosa daba mucho que pensar, que las palabras de los bien pensantes se tornaban en la «musa popular» en sospechosas. Aquí, los mismos diputados populares de la Alta Camara parecían en todo comparables a los bandidos. Eso era, cuando menos, lo que afirmaba El Sastre del Campillo, variando (a propósito de Mamed) sobre el género de «Gobiernos y bandidos». En el otro extremo, alineada con los bien pensantes, Emilia Pardo Bazán no siente por Toribio otra cosa que un poso de admiración y un máximo de desprecio, como las personas mejor acomodadas al desorden establecido. La misma división se advertía en los copleros populares, que vivían de orquestar sus sonoras huidas en los cantares de ciego. También se dividieron en bandos, aunque predominaron los que insistían en su talento para la escapada, la clave más duradera del negocio. Así reza un cantar que Juan Naya rescato del olvido:
A Mamed persigue
la Guardia Civil,
pero el bandolero
conoce el país...
Coplas, por cierto, las de los copleros, que no eran del gusto del Casanova. Llegó a protestarlas, afirmando que el rimaría mejor… Mas es el caso que el mismo Casás Fernández hubo de reconocer que nadie, ni el mismo cura de Grañas, acusó directamente a Mamed Casanova en aquel proceso.
La captura
El bandolero, se dice, tiene escrito siempre su destino: la muerte o la captura. Como con los jabalies, su caza no suele constituir una página heroica para los perseguidores. La historia de Toribio es buen ejemplo. Su leyenda aún iba a ganar más enteros con el encierro de lo que cabía esperar del héroe de la fuga.
Desde muchos meses antes, los encarcelamientos, interrogatorios, registros, se contaban por docenas. Hubo incluso alguna protesta por la conducta observada para con su madre. El propio Mamed amenazó de muerte a alguno de los funcionarios antiheroicos que la interrogaron. También se estableció una red de delatores pagados. En el límite, se ofrecieron 300 duros de la época (cuando una peseta diaria era salario excepcional en el campo) por su delación. Pero hubo de ser un clérigo quien prepare cuidadosamente la celada, tendiendo la trampa y cobrando la cantidad.
En el suceso, que no tiene ni un punto de hermosura, resultó Mamed con herida que parecía de muerte (y no debió ser tan claro el caso como indican las explicaciones oficiales, pues el mismo cura pidió perdón a Toribio, porque él sólo buscaba la captura, no su muerte).
Era tarde. Y así lo razonó uno de los cronistas:
Ha habido algo de escarnio para nuestra sacrosanta religión. ¿Con qué purificación de espíritu oyó el cura del Freijo la confesión de aquel que momentos antes había entregado a los guardias a sangre fría y sin ser atacado ni por él ofendido? ¿Cómo pudo perdonarle sus pecados quien había cometido el de traición?.
El ladrón, asesino y rebelde de las historias cayó, pues, de la mejor manera que podía cuadrar a su destino. La fortaleza favoreció la recuperación, y el aliciente de todos se fue a la espera del momento en que se produjera una nueva huida. Temiéndolo los guardianes, lo trasladan de cárcel en cárcel, ocasionando verdaderas procesiones populares de gentes que se llegan a ver y a tocar la carne del héroe, al que dan comida y dinero en ocasiones.
De héroe rural a estrella del periodismo urbano
Preso en la cárcel estoy;
mas para mi no hay cadenas,
que aquí los presos me adoran
y el alcaide me respeta.
Y las armas no me hieren
y el pueblo me vitorea.
Es entonces cuando Diario de Pontevedra publica aquella editorial del expresivo titulo («Bandido y Mártir») y cuando un comentarista de La Voz de Galicia fue apaleado al no ajustar su versión a la popular de los acontecimientos. Un momento que aprovecharon los redactores gráficos para difundir su imagen más conocida.
El gran diario coruñés de Juan Fernández Latorre convirtió en efemérides del periodismo gallego la reproducción del fotograbado (era cosa excepcional, incluso en cotidianos europeos de campanillas). La difusión de otra variante del mismo en ABC (apenas nacido, cuando sólo era un semanario gráfico madrileño de gran calidad) estaba llamada a tener excepcional repercusión. El semblante del bandolero produjo el impacto que era de esperar. Valle-Inclán trasladó su impresión al papel:
El celebre bandolero tiene el gesto sombrio, dominador y galán, con que aparecen en los retratos antiguos los capitanes del Renacimiento: es hermoso como un bastardo de Cesar Borgia...
En el retrato de Mamed Casanova nada delata al asesino. Su rostro lo mismo puede ser el de un monje penitente que el de un hidalgo sombrío. Mamed Casanova mató siempre sin saña, con frialdad, como matan los hombres que desprecian la vida, y que sin duda por eso no miran como un crimen dar la muerte. Los instintos de ese terrible bandolero son los instintos que en otro tiempo sirvieron para perpetuar las dinastías, y que hoy sólo de tarde en tarde alcanzan tan alta soberanía, porque las almas son cada vez menos ardientes, menos impetuosas, menos fuertes. Yo creo advertir en los ojos de ese retrato más audacia que perversidad. Tiene el alma en ellos, el alma de los grandes capitanes, fiera, gallarda y de través, como los gavilanes de la espada. Desgraciadamente, ya quedan pocas almas asi. ¿Será verdad que cuando se extinguen por completo las razas agonizan?
La prosa es muy bella, pero exagerada. Mamed pudo matar como cazador común; pero sólo fue acusado de una muerte, que él negaba…
Aventuras carcelarias
Pasó tres años en presidio, antes de recobrar su libertad. Los primeros meses de expectación, sobre todo, estuvieron cargados de aventuras. Léalas el interesado en el folleto de Riera, pues sería largo de relatar aquí la serie de rebeldías, motines, plantes, que adobaron, otra vez, su popular figura, ahora ejerciendo un liderazgo interior, sobre los compañeros de presidio. Las noticias se filtran a la calle, cruzan las informaciones diarias de la prensa. En mayo de 1903, a consecuencia de los acontecimientos, se destituye al jefe de la cárcel y a un tal Perfecto Nuñez, que le hacía de vigilante.
Juzgado primero en rebeldía por una causa confusa, preso después de una serie de escapadas sucesivas que acabaron de tan antiheróico modo, Mamed no tardó en liderar la larga serie de reivindicaciones históricas de los presos. Así, de la manera más inesperada, la existencia carcelaria de nuestro personaje continuó teniendo dos nortes principales: la fuga, que ha de intentar una y otra vez, y la dignificación del penado. En ese ambiente, la condena a muerte definitiva, refrendada por las instancias y el jurado, se desnudó de validez general, sembrando el mayor desconcierto al hacerse pública.
Incluso detenido, Casanova continua, pues, su via crucis, pasando de penal en penal (Ortigueira, Ferrol, Coruña, Castillo de San Antón, Santoña). En diciembre, tras el ruidoso juicio por la causa de las Grañas, se le condena a muerte en garrote vil. En este momento de pánico popular, entre máxima expectación, concluye la interesante biografía de la Biblioteca Nueva, con las palabras rituales: “Si la tremenda sentencia llega a cumplirse, compadezcamos al criminal y aborrezcamos el delito”. Nunca se cumplió. Pero casi fue peor.
Tras las alzadas y movilizaciones consiguientes, tras distintas sentencias condenatorias, la pena de muerte quedó en cadena perpetua, a cumplir en el presidio valenciano de San Miguel de los Reyes... Es en este tramo dramático cuando se agiganta la figura de su madre, y cuando salen otras tantas interpretaciones literarias, centradas en un rebelde sin causa defendible, pero que permitía toda suerte de comparaciones con otros personajes de la vida común, caso de los caciques, las urracas, los caballos de pura raza, que incluso llegaron a lucir su nombre. En la comparanza con Napoleón, coincidieron dos paisanos relevantes, de su misma edad, Iglesias Hermida y Julio Camba:
Hoy, afeitado y con su traje de galeoto, el notable criminal se parece a Bonaparte; no al Bonaparte triunfal y un poco espeso de los grandes días de victoria; sino al Napoleón triste y melancólico de los crepúsculos de Santa Elena. La melancolía del destierro, que mata como un cáncer. ¡Antes! Antes tenía en su rostro la dulzura de Jesús de Galilea.
El nombre de Napoleón no suscita mayores evocaciones de gloria que el de este Casanova. Fue más grande porque tuvo medios de mayor grandeza. La entraña era, sin embargo, la misma y el mismo el motivo de la acción. En su carrera sin rumbo, Napoleón llevó una bandera y este Balseiro no lleva ninguna. Esa es toda la diferencia.
Mamed Casanova, loco
En 1910, la fama de Toribio se había extinguido. Fruto, en gran medida, de los pliegos de cordel y el periodismo escrito, eran pocos los que lo recordaban. Entre estos pocos cuenta un joven escritor pontevedrés, de su misma edad, que todo lo prometía por entonces. Prudencio Canitrot, publica El lobo de las Grañas, narración muy atada a los recuerdos e impresiones que le dejara el bandido. Así resume, literalmente, su interpretación:
Fue un verdadero truhán, un aventurero sin romanticismos, una flor exótica en una tierra buena, dulce y hecha al constante trajinar de los peregrinos; y fue, en suma, un Mozo, que como aquel Caballero italiano de igual apellido, hijo de dos faranduleros, desbordó la medida de su fama en los populares regatos que nunca se secan; mas como hay la diferencia del linaje, he aquí que el Caballero aquél terminó en el santo amor de Dios, arrepentido de sus culpas, rodeado de magnates y de telas intachables, y el Mozo este acaso termine... ¿quien sabe? como empezó: machacando el hierro en la herrería o sacudiendo el fuelle de la fragua, o como un labrador de la gleba, que tan pronto pica con sus pies descalzos las uvas de los lagares, como afianza con una trama de mimbres las parras de algún fidalgo o señor dueño de foros.
En el debate sobre el futuro de esta especie, también intervino Julio Camba:
Hay aquí algo más que un pretexto para romances populares o para glosas literarias. Estos hombres, descontentos y sublevados, han sido siempre los propulsores de todo progreso. Sin ellos las costumbres de hoy serían las mismas de otras edades y las leyes no hubieran evolucionado nada. Ellos señalaron la delincuencia social y el error se fue subsanando poco a poco. En el porvenir, los hombres de esa naturaleza, en vez de asaltar viajantes o de capitanear ejércitos, se podrán dedicar a empresas de mayor utilidad.
Mamed, entretanto, tenía otros proyectos. En 1911, quizá por la largura del encierro o/y por la falta de fe en la huida, como Alonso Quijano por los libros de caballerías, trocó en regenerador de postín. He aquí la sorprendente noticia:
No son nuevos crímenes, no, los que ponen otra vez sobre el tapete al feroz criminal; no son aventuras sangrientas, atentados a la propiedad ni rebeldías audaces. Es un invento que bulle en su cabeza y que le ha hecho perder la razón... Diose el hombre a pensar en hacer algo practico, algo que le aliviase de la carga pesada del grillete y pudiese restituirle a la sociedad regenerado y como un hombre útil a su patria. Y a fuerza de discurrir se volvió loco; pero loco de remate. Su locura es tranquila, sosegada; el médico del establecimiento la califica de «keromanía», y los vigilantes que prestan servicio en la enfermería, donde lo tienen recluido en observación, dicen que se pasa los días y las noches hablando solo y dando gritos. Su obsesión es un aparato eléctrico, que dice poseer, para construir cañones para la armada española. De esta idea no es posible disuadirlo, y cuantos esfuerzos hicieron para ello médico y vigilantes resultaron estériles; Mamed esta tan persuadido de que tiene el fantástico aparato que no cesa de pedir que se llame al capitán general para que tome datos de su invento, a fin de que lo apliquen en los arsenales del Estado. Trátase de recluirlo en un manicomio, para lo cual se ha instruido en la prisión el oportuno expediente de demencia. De él se recibió ayer una copia en la Audiencia de La Coruña y se remitió otra a la Dirección General de Penales (El Noroeste, 31-X-1911).
Final con fin
El héroe de la rebeldía popular soñaba, en fin, con los mejores pensamientos. Pero su locura de ahora, tan integrada, debió parecer a sus encarceladores igual de sospechosa que la cordura de antes, tan rebelde. Quizá Mamed nació algo tarde y en mal linaje para regenerar también, para ganar con su artefacto alguna de las muchas guerras que España había perdido… Podría ser nueva argucia, nuevo sueño libertario del aún joven mozo de 29 años. Prefirieron, pues, mantenerlo recluso hasta 1925 o 1926 (Ramón y Fernández Oxea).
Cinco años después se llega a Coruña cincuentón, “prematuramente viejo y abatido”, recuerda Naya.
Retornado a los parajes de su infancia, mendigaba limosna, negando su personalidad con la habilidad de siempre. Se fingía bobo, haciéndose el loco, cuando le llamaban por su nombre... Después de permanecer por espacio de un mes o cosa así, se ausentó para siempre. Jamás nadie supo después de su paradero, ni tuvo noticias ciertas del día, el lugar o el año de su muerte.
En efecto: no sabemos más que la fecha aproximada de su muerte. Allá por 1946. En soledad. Tal como vivió. Cansado de interpretar su destino de ciudadano malo en un mundo perverso. Miren por dónde, como cualquiera.





Nota: Escrito por José Antonio Durán





No hay comentarios:

Publicar un comentario