
El celebre
bandolero tiene el gesto sombrio, dominador y galán, con que aparecen en
los retratos antiguos los capitanes del Renacimiento: es hermoso como un
bastardo de Cesar Borgia...
En el retrato de Mamed Casanova nada delata al asesino. Su rostro lo
mismo puede ser el de un monje penitente que el de un hidalgo sombrío.
Mamed Casanova mató siempre sin saña, con frialdad, como matan los
hombres que desprecian la vida, y que sin duda por eso no miran como un
crimen dar la muerte. Los instintos de ese terrible bandolero son los
instintos que en otro tiempo sirvieron para perpetuar las dinastías, y
que hoy sólo de tarde en tarde alcanzan tan alta soberanía, porque las
almas son cada vez menos ardientes, menos impetuosas, menos fuertes. Yo
creo advertir en los ojos de ese retrato más audacia que perversidad.
Tiene el alma en ellos, el alma de los grandes capitanes, fiera, gallarda
y de través, como los gavilanes de la espada. Desgraciadamente, ya quedan
pocas almas asi. ¿Será verdad que cuando se extinguen por completo las
razas agonizan?"
Ramón María del
Valle-Inclán
El sol detenga sus rayos
y la luna su luz bella
el mar encrespe sus olas
y estremézcase la tierra
que va Mamed Casanova
a contar su historia entera,
para instrucción de los hombres,
regocijo de las hembras,
emoción de ustedes todos
y entusiasmo de la Prensa.
Mamed Casanova se ha consolidado como el más célebre
de los bandoleros sociales gallegos del siglo XX. Con su bello nombre,
malogrado en parte por el alias Toribio con que pasó a las coplas y a los
recuerdos populares, alcanzó fama tan fugaz como inusitada hace ahora
cien años.
Las primeras planas de la prensa, gallega, española
e internacional, se abrieron para seguir su pista, haciendo algo análogo
al relato de una asañada cacería. Escritores de enorme talento, caso de
Emilia Pardo Bazán, Valle-Inclán o Julio Camba, cedieron (aunque con
actitudes dispares) ante su estampa, su significación o su popularidad; y
los ciegos, con su literatura del cordel, fabricaron el hilo popular de
una historia, larga e intensa. Incluso mereció una monografía de Augusto
Riera, muy apegada a las noticias del momento. Forma parte de la serie
dedicada a Los grandes bandidos por la Biblioteca Nueva de Madrid.
Aventuras, audaces a veces; temerarias las más;
duras, como la insólita belleza del entorno, merecen un recuerdo, en la
hora de su centenario.
Las primeras andadas
Cuna rústica me dieron
las montañas de Ortigueira,
y sin ayuda de nadie
adquirí cultura y ciencia
estudiando en los periódicos,
que son la mejor escuela.
Allí admiré las hazañas
de Rocámbole y Candelas,
del Chato del Escorial
y del gran Sacamantecas;
allí conocí de Higinia
el valor y gentileza,
y de Cecilia el donaire,
y de Troppman la fiereza...
Comenzamos a prestarle atención cuando andábamos enfrascados
en el descubrimiento de un movimiento social hasta entonces inédito. De
enorme importancia histórica: el agrarismo gallego. Nos encontrábamos de
pronto con dos formas coetáneas de rebeldía, harto diferentes entre sí;
pero coincidentes en una España de ayer mismo. Con fuerte peso de la vida
rural, esa España y esa Galicia del personaje se ha ido para siempre.
Nació en San
Mamede de Grañas do Sor, parroquia del ayuntamiento coruñés de Mañón, el
15 de febrero de 1882. Hijo de madre, como es de rigor, Mamed
no tuvo padre conocido. Un dato que nada prefigura. Algo ni más ni menos
normal (o «natural», si se quiere rizar el rizo de la caracterización de
los incógnitos) que la de tantos otros echados al mundo en la
densa geografía de la pobreza. En este caso, en los límites que conducen
sin ruptura de las tierras norteñas de Coruña y Lugo.
Se dijo, siguiendo el hilo del
determinismo más primario, que su padre (el incógnito) o su abuelo (¿?)
fuera un tal Balseiro, de desviada trayectoria, si se mira desde la moral
establecida. Con importante historial en el mundo del «delito». El propio Julio Camba, nihilista y anarquista
a la sazón, creyó a pies juntillas en esta especie de predeterminación al
crimen de los Balseiro. Una "casta aristocrática de antisociales"
-por utilizar su lenguaje- que concluía en Mamed Casanova.
Mamed es un Balseiro. Viene de aquel José Balseiro que fue
lugarteniente de Luis Candelas en las sierras y llanos andaluces. El
pueblo venera a esos hombres extraños, con la misma veneración que se
concede a los santos y a los héroes. Son héroes también ellos y tienen de
los santos la virtud milagrera que realiza imposibles. Además son
rebeldes e inactuales. Su anhelo de vida no se adapta a la manera de ser
de su época. Están en lucha constante contra la sociedad y la vencen
mientras pueden. Después, la sociedad les vence a ellos y los castiga. Es
lo justo.
La actitud observada por la madre parece desmentir
esos orígenes. Lleva de ella algo más que el bello apellido y gozará siempre
de su afecto imperturbable. Ese es, en realidad, el único antecedente
cierto.
En Mamed todo
es confuso, salvo el desvelo de su madre soltera, María Casanova Sueiras.
Una mujer muy pobre, prematuramente avejentada, dispuesta siempre a
enderezarlo, metiéndolo por el camino de la prosperidad imposible.
Llegará a ser, por esa lucha, mucho más que la Magalena bíblica,
acaso porque entendió mejor que la mayoría la íntima desgracia de aquel
hijo único, al que irá siguiendo de pueblo en pueblo, de interrogatorio
en interrogatorio, de cárcel en cárcel. Su Cristo, siempre perseguido.
También consta
el respeto con que él la trataba. Cuando menos en público. Por ella supo
leer, escribir y dibujar. Y en su original via crucis aprendió con
ella a amar dos cosas: la lectura y la aventura. Fue díscolo aprendiz de
herrero y lector apasionado de aquella prensa coruñesa de entresiglos (la
Universidad gallega de la profesión). Cuando empieza a poblarse de
dibujos en primera, con titulares sensacionalistas, sin haber prescindido
todavía del viejo novelón romántico...
Mamed será, en
realidad, la estrella popular y la víctima del excelente periodismo de
entresiglos.
Primera aventura
El mozo creció en la aldea. La primera aventura,
verdaderamente esperpéntica, se cumplió a los quince años. Será, por
muchos motivos, la que prefiera Valle-Inclán:
Desenterró el cadáver de un indiano, vistiose la
mortaja, y ataviado de esta suerte, fue a la casa mortuoria para dar el
pésame a la parentela de hijos y nueras congregada en la cocina al amor
de la lumbre.
A don Ramón, que adornó otras
versiones mas fieles a la prosaica verdad de cada día, le entusiasmaba el
extraño atractivo, shakespereano, de esta historia, adobándola años
después en Las galas del difunto.
Doña Emilia, por el contrario, no
encontrará en esto hazaña alguna. Siempre le pareció delito, tan
repulsivo como la profanación de una sepultura, y tan común como el robo
de unas ropas. Pero la sonada
aventura sufrió múltiples deformaciones posteriores. En la más
esperpéntica, el difunto cambia de sexo para convertirse en el verdadero
gran amor de un Mamed joven y emigrante, que asalta acalorado la tumba de
la amada, yerta, la noche del entierro, celebrando con ella el coito más
patético de nuestra literatura. Al margen de toda convención moral, Mamed
cohabitaría con la hija superviviente de aquel amor, madre incestuosa de
uno de sus hijos...
Este anticristo gallego (escribirá Prudencio Iglesias Hermida)
ha cometido el crimen sin sangre más horrendo y más grandioso que coloca
a su autor a la altura de la tragedia griega. Fue por amor el crimen. Y
hay en él ferocidad, barbarie y sacrilegio. Hay seres que se equivocaron
al nacer, y nacieron hombres en vez de lobos.
El Lobo de las Grañas
A los 17 años hiere, a puro nervio, a un mozo de 25,
guapo, chulanguero, peleador de fiestas y romerías. La paliza, soberana,
hizo pública su fortaleza. Desconcertante, dada la menudez de su cuerpo.
Un alguacil, que se puso a reprenderle, fue pasto de una ira
incontenible. Denunciado, probó la cárcel por primera vez. Irredimible,
trocado de pronto en clásico «licenciado de presidio», su desgracia
comenzaba en medio de la normalidad, como un espectáculo más que común de
la vida no urbana, pareja con la de tantos personajes de cualquier epoca.
El caso que encadena su vida al monte y a la leyenda
de manera definitiva tampoco se hizo esperar. Vuelve a ser tan común como
la vida misma de aquellos lugares.
En las Grañas del Sor, una cuadrilla asalta la
rectoral. En el asalto se comete robo y asesinato: el ama del cura. Mamed
aparece entre los primeros detenidos. Se le acusa por instigador y
dirigente de la partida.
Nadie pondrá demasiado tesón en probar la certeza de
aquella presencia. La
supuesta facilidad para acceder a la propiedad desde los camposantos, pesó
tanto como el testimonio amedrentado del sobrino de la difunta y del más
que interesado juicio de alguno de sus pretendidos acompañantes...
Mamed, en su
vida, asumió como propias casi todas sus culpas; pero siempre se negará a
admitir ésta. La única muerte. Y ni siquiera sus más implacables
detractores coincidieron con el jurado y los jueces en semejante
veredicto.
Por huir de la
cárcel, cuando se le detuvo para la primera vista, trocó propiamente en
fugitivo, rebelde y bandolero solitario, cargando de pasión una causa muy
confusa que hará de él reo de muerte.
El primer retrato disponible es el del Juez de
Instrucción. Lo describía así en el Boletin Oficial al ordenar su
busca y captura:
Hijo natural de Maria Casanova, de diecinueve anos
de edad, soltero, herrero, natural y vecino de Grañas, sabe leer y
escribir. Estatura regular, ojos claros, poco bigote, color palido, tiene
granos o espinas en la cara.
La Caza
Hasta el 7 de octubre de 1902 los lectores de El
Liberal, el diario madrileño mejor informado, no tiene detalles de
Mamed Casanova; pero ese día el periodico de Miguel Moya y Alfredo
Vicenti titula, noveleramente, la noticia: «Un bandido en Mañón». Acierta
a dar con el tono popular del personaje, cuando llevaba en el monte
algunos meses. Desliza como verdad incontrovertible esta sospecha: los
aldeanos le prestan protección, advirtiendole de la presencia de civiles.
Ultimamente —añade un corresponsal— se presentó en
una misa que se celebraba en una iglesia parroquial de Mañón, armado de
un revolver Smith y de una escopeta. Se acercó humildemente al párroco y
le pidió una limosna. El párroco le dio cinco pesetas. Después, recorrió
la nave de la iglesia, pidiendo a los fieles que la ocupaban. Todos,
atemorizados, le entregaron alguna cantidad. Toribio reunió entonces
veintiseis duros.
Desde aquel comienzo, la prensa va dando cuenta,
casi día a día, de las andanzas populares del bandolero. Se le llama el
bandido de Ortigueira.
Acuciado por las informaciones, el alcalde ortegano
reclama fuerzas para perseguir a un criminal que –se afirma- recorre las
aldeas, amedrentando a las gentes, cometiendo toda clase de robos.
Entendiéndola como necesaria, debido a la impunidad de que goza, se
organiza al fin contra el bandido una batida en regla.
Bien mirado, alcalde y periodistas están tomando las
posiciones del juez, del tecnócrata de la justicia. Por lo que sabemos,
incluso los más enterados de su vida y «hazañas» no podían sino
atribuirle aquel asesinato, y en partida (si bien el argumento judicial
ha de ser siempre el de que fuera el propio Mamed quien la organizara,
dando fuerza y sentido al grupo asaltante). Pero surgió de pronto lo que
era de esperar. Algo hacía a la gente llana ponerse de parte del
perseguido, desconfiando de los perseguidores. Entre unos y otros, el 30
de octubre los lejanos lectores de Diario de Pontevedra ya seguían
con especial interés las aventuras de un héroe popular de carne y hueso.
Se enteran, además, de cosas pintorescas. Saben que en Insua le mandaba
recados al cura y a la maestra. Y que era ésta la encargada de hacerle
llegar la prensa que mentaba sus andanzas. Así pues, el bandolero,
famoso, gusta de darse al narcisismo de saber como se adoba su figura. En
una fuga apresurada (se dijo), cuando los civiles toman su atillo,
encuentran unas cartas donde protesta de las versiones dadas de sus
andanzas en las páginas de La Voz de Galicia.
Los periódicos llegan a insertar pretendidas conversaciones
del perseguido con sus amparadores: los mociños lugareños:
-Mamed, se viñeran agora ós Civiles pillabanche.
-Non pensedes que ía ser tan así. Matábaos con isto (enseñaba el
revolver), ou con isto (otro revolver), ou con isto (y
mostraba dos cuchillos de gran tamaño que Ilevaba al cinto).
Nueva descripción
Al decir de los periódicos, Casanova –además de
calzar revólver y cuchillo al cinto- vestía entonces boina con visera,
chaqueta negra, chaleco claro, pantalón de pana y gruesos zapatos.
No era la ropa habitual de los campesinos. Era más
bien la vestimenta de la chulería de los contornos en tiempo de romería.
Su escopeta, de gran precisión, pasa a ser pronto otro aderezo de su
figura. Como el uso fácil del gallego o el castellano dialectales.
Este mismo mes de octubre de 1902, la captura de
Mamed Casanova era cuestión de honor para la Guardia Civil, acuciada por
un periodismo implacable.
Aunque no sea
cosa nuestra dar lecciones de busca y captura al señor gobernador, nos
permitimos sugerirle que desvista de uniforme a sus guardias. Que escoja
entre ellos a los que sean más aficionados al acordeón y a la zambra, y
tenga la seguridad de que, apenas iniciado el primer baile rural, Mamed
Casanova no tardará en presentarse, siendo de los primeros en puntear la
muiñeira o en contornearse a los sones de una danza cadenciosa.
La caza se organizó, estratégicamente, con efectivos
elevados, que llegaron al centenar de números. Sin embargo, esta
organización de la batida aumentaba la popularidad del perseguido y, a lo
que parece, el apoyo popular.
Para más, las andanzas de Toribio se tornan
desafiantes. Se le ve, por ejemplo, como bailador en una fiesta de Las
Navas. A la autoridad lugareña que lo interroga le habla de apoyos e
influencias y la seduce, al decirle que está harto de tanta fuga; que
está pensando, seriamente, en tomar la vía de escape más común para los
rebeldes integrados de su tiempo: el destino emigrante; que soñaba, en
fin, con las Américas. Pero violó entonces, forzándola (se dijo), a una moza
de 16 años. Trató de justificarse diciendo que no tenía forma más
romántica de hacer el amor…
Los civiles, que leían los mismos periódicos que
Mamed leía y que escuchaban a los mismos ciegos y copleros, padecían el
efecto heroico, buscándolo a ciegas. Entre el temor y la falta de tino de
los perseguidores, aumentaba la fama del muchacho. Sabedor del efecto
popular e hijo al fin, por bravío que fuera, de la cultura de todos,
jugaba a mágico. Se hacía acompañar de una pega carrachenta
(hurraca negra), cuyo oficio era el de espanta-civiles. Y en mil
ocasiones su suerte y habilidad le salvaron de aprietos, que también
trascendieron.
Una vez, mientras hablaba con otro mozo de su edad,
un civil le dio el ¡alto!; pero Mamed, como un rayo, se echó a por la escopeta,
pegándole un disparo certero que lo dejó inútil para la carrera,
desarbolando la pareja... Porque aún no dije que entre sus famas no era
menor la de su formidable puntería, adiestrándose de continuo en ella,
como en el mejor cine del Oeste de mucho más tarde. Era capaz (lo
escribió un corresponsal) de hacer blanco a 20 metros sobre una moneda de
cinco céntimos arrojada al aire.
Pero a pesar de los apoyos, el robo con la
intimidación se convirtió en su ley. Actuaba siempre en solitario,
prefiriendo las ricas rectorales. Otro desmentido, pues, aunque a
posteriori, de la muerte ocasionada con su cuadrilla.
Juzgado en rebeldia
En los ultimos días de noviembre de 1902, ante
formidable expectación, se celebró la vista de la causa por el crimen de
las Grañas del Sor. Mamed, principal culpable para la acusación pública
continuaba en rebeldía, aunque hace de aparecido constante en documentos
e interrogatorios.
La defensa trataba, por todos los medios, de probar
que el bandolero no participó en el asalto de una rectoral que tenía
abierta, dado que el cura de Grañas era, públicamente, amigo y habitual
contertulio de Toribio. Don Manuel Casás Fernández, célebre abogado
defensor de uno de los acusados como integrantes de la partida, atribuye
la formidable expectación por el proceso al único ausente. Dice entonces
el futuro presidente de la Real Academia Galega:
En los cantos de la poesía popular, en los romances
callejeros, celébranse las hazañas de Mamed Casanova, buscando no la
recriminación para sus fechorías, sino la simpatía de las gentes para su
valor y su audacia, y las trovas se extienden por el pueblo y la
personalidad del malhechor truécase en arrogante héroe que a todos
entusiasma y a todos cautiva: una ilustre escritora traza la psicología
de su carácter y nuevo Musolino ocupa puesto de honor en la culta
literatura, y como si todo esto fuese poco, allá en la Alta Camara, suena
el nombre de Toribio como si fuese importante personaje, y así crece y se
agiganta la silueta de ese reyezuelo de las escabrosas montañas de Mañón.
Bien sabemos, sin embargo, que no todos corean a
Mamed. Abundan incluso las incitaciones a una rápida captura,
pronunciando los más sacros de los lugares comunes. Pasaba, con todo, y
la cosa daba mucho que pensar, que las palabras de los bien pensantes se
tornaban en la «musa popular» en sospechosas. Aquí, los mismos diputados
populares de la Alta Camara parecían en todo comparables a los bandidos.
Eso era, cuando menos, lo que afirmaba El Sastre del Campillo, variando
(a propósito de Mamed) sobre el género de «Gobiernos y bandidos». En el
otro extremo, alineada con los bien pensantes, Emilia Pardo Bazán no
siente por Toribio otra cosa que un poso de admiración y un máximo de
desprecio, como las personas mejor acomodadas al desorden establecido. La
misma división se advertía en los copleros populares, que vivían de
orquestar sus sonoras huidas en los cantares de ciego. También se
dividieron en bandos, aunque predominaron los que insistían en su talento
para la escapada, la clave más duradera del negocio. Así reza un cantar
que Juan Naya rescato del olvido:
A Mamed persigue
la Guardia Civil,
pero el bandolero
conoce el país...
Coplas, por cierto, las de los copleros, que no eran
del gusto del Casanova. Llegó a protestarlas, afirmando que el rimaría
mejor… Mas es el caso que el mismo Casás Fernández hubo de reconocer que
nadie, ni el mismo cura de Grañas, acusó directamente a Mamed Casanova en
aquel proceso.
La captura
El bandolero, se dice, tiene escrito siempre su
destino: la muerte o la captura. Como con los jabalies, su caza no suele
constituir una página heroica para los perseguidores. La historia de
Toribio es buen ejemplo. Su leyenda aún iba a ganar más enteros con el
encierro de lo que cabía esperar del héroe de la fuga.
Desde muchos meses antes, los encarcelamientos,
interrogatorios, registros, se contaban por docenas. Hubo incluso alguna
protesta por la conducta observada para con su madre. El propio Mamed amenazó
de muerte a alguno de los funcionarios antiheroicos que la interrogaron.
También se estableció una red de delatores pagados. En el límite, se
ofrecieron 300 duros de la época (cuando una peseta diaria era salario
excepcional en el campo) por su delación. Pero hubo de ser un clérigo
quien prepare cuidadosamente la celada, tendiendo la trampa y cobrando la
cantidad.
En el suceso, que no tiene ni un punto de hermosura,
resultó Mamed con herida que parecía de muerte (y no debió ser tan claro
el caso como indican las explicaciones oficiales, pues el mismo cura
pidió perdón a Toribio, porque él sólo buscaba la captura, no su muerte).
Era tarde. Y así lo razonó uno de los cronistas:
Ha habido algo
de escarnio para nuestra sacrosanta religión. ¿Con qué purificación de
espíritu oyó el cura del Freijo la confesión de aquel que momentos antes
había entregado a los guardias a sangre fría y sin ser atacado ni por él
ofendido? ¿Cómo pudo perdonarle sus pecados quien había cometido el de
traición?.
El ladrón, asesino y rebelde de las historias cayó,
pues, de la mejor manera que podía cuadrar a su destino. La fortaleza
favoreció la recuperación, y el aliciente de todos se fue a la espera del
momento en que se produjera una nueva huida. Temiéndolo los guardianes,
lo trasladan de cárcel en cárcel, ocasionando verdaderas procesiones
populares de gentes que se llegan a ver y a tocar la carne del héroe, al
que dan comida y dinero en ocasiones.
De héroe rural a estrella del
periodismo urbano
Preso en la cárcel estoy;
mas para mi no hay cadenas,
que aquí los presos me adoran
y el alcaide me respeta.
Y las armas no me hieren
y el pueblo me vitorea.
Es entonces cuando Diario de Pontevedra
publica aquella editorial del expresivo titulo («Bandido y Mártir») y
cuando un comentarista de La Voz de Galicia fue apaleado al no
ajustar su versión a la popular de los acontecimientos. Un momento que
aprovecharon los redactores gráficos para difundir su imagen más
conocida.
El gran diario coruñés de Juan Fernández Latorre convirtió en efemérides del periodismo gallego
la reproducción del fotograbado (era cosa excepcional, incluso en
cotidianos europeos de campanillas). La difusión de otra variante del
mismo en ABC (apenas nacido, cuando sólo era un semanario gráfico
madrileño de gran calidad) estaba llamada a tener excepcional
repercusión. El semblante del bandolero produjo el impacto que era de
esperar. Valle-Inclán trasladó su impresión al papel:
El celebre bandolero tiene el gesto sombrio,
dominador y galán, con que aparecen en los retratos antiguos los
capitanes del Renacimiento: es hermoso como un bastardo de Cesar
Borgia...
En el retrato de Mamed Casanova nada delata al
asesino. Su rostro lo mismo puede ser el de un monje penitente que el de
un hidalgo sombrío. Mamed Casanova mató siempre sin saña, con frialdad,
como matan los hombres que desprecian la vida, y que sin duda por eso no
miran como un crimen dar la muerte. Los instintos de ese terrible
bandolero son los instintos que en otro tiempo sirvieron para perpetuar
las dinastías, y que hoy sólo de tarde en tarde alcanzan tan alta
soberanía, porque las almas son cada vez menos ardientes, menos
impetuosas, menos fuertes. Yo creo advertir en los ojos de ese retrato
más audacia que perversidad. Tiene el alma en ellos, el alma de los grandes
capitanes, fiera, gallarda y de través, como los gavilanes de la espada.
Desgraciadamente, ya quedan pocas almas asi. ¿Será verdad que cuando se
extinguen por completo las razas agonizan?
La prosa es muy bella, pero
exagerada. Mamed pudo matar como cazador común; pero sólo fue acusado de
una muerte, que él negaba…
Aventuras carcelarias
Pasó tres años en presidio, antes de recobrar su
libertad. Los primeros meses de expectación, sobre todo, estuvieron
cargados de aventuras. Léalas el interesado en el folleto de Riera, pues
sería largo de relatar aquí la serie de rebeldías, motines, plantes, que
adobaron, otra vez, su popular figura, ahora ejerciendo un liderazgo
interior, sobre los compañeros de presidio. Las noticias se filtran a la
calle, cruzan las informaciones diarias de la prensa. En mayo de 1903, a
consecuencia de los acontecimientos, se destituye al jefe de la cárcel y
a un tal Perfecto Nuñez, que le hacía de vigilante.
Juzgado primero en rebeldía por una causa confusa, preso después
de una serie de escapadas sucesivas que acabaron de tan antiheróico modo,
Mamed no tardó en liderar la larga serie de reivindicaciones históricas
de los presos. Así, de la manera más inesperada, la existencia carcelaria
de nuestro personaje continuó teniendo dos nortes principales: la fuga,
que ha de intentar una y otra vez, y la dignificación del penado. En ese
ambiente, la condena a muerte definitiva, refrendada por las instancias y
el jurado, se desnudó de validez general, sembrando el mayor desconcierto
al hacerse pública.
Incluso detenido, Casanova continua, pues, su via
crucis, pasando de penal en penal (Ortigueira, Ferrol, Coruña,
Castillo de San Antón, Santoña). En diciembre, tras el ruidoso juicio por
la causa de las Grañas, se le condena a muerte en garrote vil. En este
momento de pánico popular, entre máxima expectación, concluye la
interesante biografía de la Biblioteca Nueva, con las palabras rituales:
“Si la tremenda sentencia llega a cumplirse, compadezcamos al criminal y
aborrezcamos el delito”. Nunca se cumplió. Pero casi fue peor.
Tras las alzadas y movilizaciones consiguientes,
tras distintas sentencias condenatorias, la pena de muerte quedó en
cadena perpetua, a cumplir en el presidio valenciano de San Miguel de los
Reyes... Es en este tramo dramático cuando se agiganta la figura de su
madre, y cuando salen otras tantas interpretaciones literarias, centradas
en un rebelde sin causa defendible, pero que permitía toda suerte de
comparaciones con otros personajes de la vida común, caso de los
caciques, las urracas, los caballos de pura raza, que incluso llegaron a
lucir su nombre. En la comparanza con Napoleón, coincidieron dos paisanos
relevantes, de su misma edad, Iglesias Hermida y Julio Camba:
Hoy, afeitado
y con su traje de galeoto, el notable criminal se parece a Bonaparte; no
al Bonaparte triunfal y un poco espeso de los grandes días de victoria;
sino al Napoleón triste y melancólico de los crepúsculos de Santa Elena.
La melancolía del destierro, que mata como un cáncer. ¡Antes! Antes tenía
en su rostro la dulzura de Jesús de Galilea.
El nombre de Napoleón no suscita mayores
evocaciones de gloria que el de este Casanova. Fue más grande porque tuvo
medios de mayor grandeza. La entraña era, sin embargo, la misma y el
mismo el motivo de la acción. En su carrera sin rumbo, Napoleón llevó una
bandera y este Balseiro no lleva ninguna. Esa es toda la diferencia.
Mamed Casanova,
loco
En 1910, la fama de Toribio se había extinguido.
Fruto, en gran medida, de los pliegos de cordel y el periodismo escrito,
eran pocos los que lo recordaban. Entre estos pocos cuenta un joven
escritor pontevedrés, de su misma edad, que todo lo prometía por
entonces. Prudencio Canitrot, publica El lobo de las Grañas,
narración muy atada a los recuerdos e impresiones que le dejara el
bandido. Así resume, literalmente, su interpretación:
Fue un verdadero truhán, un aventurero sin
romanticismos, una flor exótica en una tierra buena, dulce y hecha al
constante trajinar de los peregrinos; y fue, en suma, un Mozo, que como
aquel Caballero italiano de igual apellido, hijo de dos faranduleros,
desbordó la medida de su fama en los populares regatos que nunca se
secan; mas como hay la diferencia del linaje, he aquí que el Caballero
aquél terminó en el santo amor de Dios, arrepentido de sus culpas,
rodeado de magnates y de telas intachables, y el Mozo este acaso
termine... ¿quien sabe? como empezó: machacando el hierro en la herrería
o sacudiendo el fuelle de la fragua, o como un labrador de la gleba, que tan
pronto pica con sus pies descalzos las uvas de los lagares, como afianza
con una trama de mimbres las parras de algún fidalgo o señor dueño de
foros.
En el debate sobre el futuro de esta especie,
también intervino Julio Camba:
Hay aquí algo más que un pretexto para romances populares o para
glosas literarias. Estos hombres, descontentos y sublevados, han sido
siempre los propulsores de todo progreso. Sin ellos las costumbres de hoy
serían las mismas de otras edades y las leyes no hubieran evolucionado nada.
Ellos señalaron la delincuencia social y el error se fue subsanando poco
a poco. En el porvenir, los hombres de esa naturaleza, en vez de asaltar
viajantes o de capitanear ejércitos, se podrán dedicar a empresas de
mayor utilidad.
Mamed, entretanto, tenía otros proyectos. En 1911,
quizá por la largura del encierro o/y por la falta de fe en la huida,
como Alonso Quijano por los libros de caballerías, trocó en regenerador
de postín. He aquí la sorprendente noticia:
No son nuevos crímenes, no, los
que ponen otra vez sobre el tapete al feroz criminal; no son aventuras
sangrientas, atentados a la propiedad ni rebeldías audaces. Es un invento
que bulle en su cabeza y que le ha hecho perder la razón... Diose el
hombre a pensar en hacer algo practico, algo que le aliviase de la carga
pesada del grillete y pudiese restituirle a la sociedad regenerado y como
un hombre útil a su patria. Y a fuerza de discurrir se volvió loco; pero
loco de remate. Su locura es tranquila, sosegada; el médico del
establecimiento la califica de «keromanía», y los vigilantes que prestan
servicio en la enfermería, donde lo tienen recluido en observación, dicen
que se pasa los días y las noches hablando solo y dando gritos. Su
obsesión es un aparato eléctrico, que dice poseer, para construir cañones
para la armada española. De esta idea no es posible disuadirlo, y cuantos
esfuerzos hicieron para ello médico y vigilantes resultaron estériles;
Mamed esta tan persuadido de que tiene el fantástico aparato que no cesa
de pedir que se llame al capitán general para que tome datos de su
invento, a fin de que lo apliquen en los arsenales del Estado. Trátase de
recluirlo en un manicomio, para lo cual se ha instruido en la prisión el
oportuno expediente de demencia. De él se recibió ayer una copia en la
Audiencia de La Coruña y se remitió otra a la Dirección General de
Penales (El Noroeste, 31-X-1911).
Final con fin
El héroe de la rebeldía popular soñaba, en fin, con
los mejores pensamientos. Pero su locura de ahora, tan integrada, debió
parecer a sus encarceladores igual de sospechosa que la cordura de antes,
tan rebelde. Quizá Mamed nació algo tarde y en mal linaje para regenerar
también, para ganar con su artefacto alguna de las muchas guerras que
España había perdido… Podría ser nueva argucia, nuevo sueño libertario
del aún joven mozo de 29 años. Prefirieron, pues, mantenerlo recluso
hasta 1925 o 1926 (Ramón y Fernández Oxea).
Cinco años después se llega a Coruña cincuentón,
“prematuramente viejo y abatido”, recuerda Naya.
Retornado a
los parajes de su infancia, mendigaba limosna, negando su personalidad
con la habilidad de siempre. Se fingía bobo, haciéndose el loco, cuando
le llamaban por su nombre... Después de permanecer por espacio de un mes
o cosa así, se ausentó para siempre. Jamás nadie supo después de su
paradero, ni tuvo noticias ciertas del día, el lugar o el año de su
muerte.
En efecto: no sabemos más que la fecha aproximada de
su muerte. Allá por 1946. En soledad. Tal como vivió. Cansado de
interpretar su destino de ciudadano malo en un mundo perverso. Miren por
dónde, como cualquiera.
Nota: Escrito por José Antonio Durán
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