Sefarad
Músicos judíos
Cantando a la naturaleza:
el romancero en el imaginario de Sefarad
“Los hombres, señor llevan la música dentro de la sangre. Porque los pueblos tienen su forma dé sentir el tiempo y la música es solamente eso: el sonido del tiempo de cada hombre. Usted no lo cree, porque vive rodeado de músicas diferentes, que le cambian todos los días, pero ninguna de esas es la suya propia. Usted tiene una música y no la conoce, como le pasa a los hombres de la ciudad”.
“Porque cada hombre tiene una sola música, que le viene de sus padres y sus abuelos, la lleva dentro de la sangre, la escuchó al nacer, la imagina cada vez que oye el latido de su corazón y la recuerda en el momento de la muerte”.
(De mi novela “Identidad”, reeditada como “Isaac Halevy, Rey de los Judíos”)
El Romancero de Sefarad
el romancero en el imaginario de Sefarad
“Los hombres, señor llevan la música dentro de la sangre. Porque los pueblos tienen su forma dé sentir el tiempo y la música es solamente eso: el sonido del tiempo de cada hombre. Usted no lo cree, porque vive rodeado de músicas diferentes, que le cambian todos los días, pero ninguna de esas es la suya propia. Usted tiene una música y no la conoce, como le pasa a los hombres de la ciudad”.
“Porque cada hombre tiene una sola música, que le viene de sus padres y sus abuelos, la lleva dentro de la sangre, la escuchó al nacer, la imagina cada vez que oye el latido de su corazón y la recuerda en el momento de la muerte”.
(De mi novela “Identidad”, reeditada como “Isaac Halevy, Rey de los Judíos”)
El Romancero de Sefarad
La existencia de la música es universal para todos los seres humanos, pero cada comunidad, cada cultura, necesita construir sus propias formas de expresión. Lo que, por supuesto, tiene que ver con sus particulares condiciones históricas y sociales. En Buenos Aires, la época de la inmigración internacional construyó el tango como su expresión privilegiada. Lo que el tango dice es, también, un reflejo de su época: las frecuentes expresiones de soledad masculina (en el tango, es la mujer la que abandona al hombre, casi nunca al revés) tienen que ver con la sociedad de inmigración, en la que hubo muchos más hombres que mujeres. De este modo, las condiciones sociales condenaron a la soledad a decenas de miles de hombres y se reflejaron en las letras de los tangos.
Del mismo modo, el auge del folklore entre nosotros tuvo mucho que ver con el proceso de migraciones internas, por el cual la gente va a vivir a Buenos Aires, pero canta a su Santiago querido.
De un modo semejante, la actitud de la cultura sefaradí expresada en su tomancero combina el sentimiento de los dos exilios. Expulsados de Jerusalem, de Toledo y de Lisboa, los judíos cantan todo el tiempo a la naturaleza. ¿De cuál? A veces hablan de la Penísula Ibérica en el tono de quien habla de Israel. Otras veces, hablan de la Tierra Prometida como si ese lugar quedase en España o en Portugal.
Estamos ante una cultura profundamente sensual. Una cultura que expresa su relación con el mundo a través de bailes y canciones intensos y expresivos. La relación con el mundo natural también es intensa y sensual. Dios creó la luz y las flores para que nosotros pudiéramos percibir su belleza. Esta actitud se desarrolla durante la Edad Media, en el mismo momento en que la Europa cristiana rechaza el contacto con la naturaleza.
Porque para el hombre religioso (cristiano) de la Edad Media, la naturaleza no existe, no debe existir. Al igual que los antiguos judíos, que destruían los bosques con altares paganos, la Europa medieval encuentra peligrosamente sensual la tibieza del sol, el rumor de los arroyos, el canto de los pájaros, el crujido de las hojas en la espesura.
Todo esto significaba excitar los sentidos y ya sabemos lo que ocurre cuando los sentidos despiertan. Recorre Europa un miedo al cuerpo que identifica la santidad primero con la ausencia de goce de los sentidos. Después la identificará con anular su uso mismo. Los tres enemigos del hombre -la carne, el mundo y el demonio- acechan a quienes se aproximan a la naturaleza. Los ermitaños de los bosques son mirados con desconfianza. Los hombres santos vivirán separados del mundo, no sólo del orden social sino también del orden natural. Se encerrarán en celdas oscuras para apenas ver el sol, haciendo a Dios el sacrificio de alejarse de todo lo viviente.
Las imágenes de iglesia se vuelven inexpresivas. Se abandona el sutil manejo de la perspectiva del mundo antiguo y se decide que sólo la realidad plana agradar a Dios. La Iglesia de Oriente abandona también la escultura: las imágenes sobre el espacio son cosa de paganos, deciden.
Necesitamos este marco para entender por qué el Romancero sefaradí da vuelta la concepción medieval de la naturaleza. Ese canto judío retorna al Dios de los Salmos, a la sensualidad del encuentro con la creación, que sólo puede ser percibida con el cuerpo que Dios dio a los hombres, al igual que al resto de sus criaturas. Como después dirá Francisco de Asís, somos hermanos del sol y del lobo, en tanto ellos pueden intuir directamente al que los hizo.
El Romancero sefaradí es una de las facetas más intensas de su cultura. A lo largo de los siglos, los judíos cantaron sus tradiciones en castellano y en portugués, en textos de una enorme vitalidad sensual. El Romancero es, antes que nada, una visión del mundo. Allí hay historias de los antiguos reyes de la Península, canciones de amor y de pena. Y hay, obviamente, romances que cuentan la dura historia del pueblo judío.
Los sentimientos de la naturaleza
Hay romances que humanizan la naturaleza, la que aparece teniendo sentimientos semejantes a los nuestros. La naturaleza se exhibe con orgullo:
Alta, alta es la luna, cuando empieza a esclarecer,
hija hermosa sin ventura nunca llegue a nacer.
Alta, alta es la luna, cuando empieza a esclarecer,
hija hermosa sin ventura nunca llegue a nacer.
O la luna se esconde cuando tiene pena:
Nublado hace, nublado,
la luna no aparecía.
Las estrellas en el cielo
su lindo rostro escondían,
por no ver a esa doncella
(doña Ángela le decían)
que de amores de un cuñado
mató a su hermana querida.
Nublado hace, nublado,
la luna no aparecía.
Las estrellas en el cielo
su lindo rostro escondían,
por no ver a esa doncella
(doña Ángela le decían)
que de amores de un cuñado
mató a su hermana querida.
En ocasiones, lo natural no acompaña sino que contrasta. La belleza de las flores se contrapone al dolor del narrador:
La rosa enflorece
en el mes de mayo.
Mi alma se oscurece
sufriendo del amor.
Los marcos naturales
en el mes de mayo.
Mi alma se oscurece
sufriendo del amor.
Los marcos naturales
Los acontecimientos de la historia judía aparecen siempre inmersos en el paisaje y no pueden describirse sin él:
Cuando el rey Nemrod, al campo salía,
miraba en el cielo y en la estrellería.
Vido una luz santa en la judería,
que había de nascer Abraham Avinu.
miraba en el cielo y en la estrellería.
Vido una luz santa en la judería,
que había de nascer Abraham Avinu.
También otros episodios históricos -reales o ficticios- se describen dándoles el marco de sucesos de la naturaleza:
Todas las aves dormían
cuantas Dios criara y más.
Non dormía Melisera,
la hija del emperante.
Vueltas daba en la su cama
como un pez vivo en la mare.
cuantas Dios criara y más.
Non dormía Melisera,
la hija del emperante.
Vueltas daba en la su cama
como un pez vivo en la mare.
Este romance era tan exitoso que fue cantado con mucha frecuencia por el falso mesías Zabetai Zeví y jugó un rol importante en su predicación.
La naturaleza mágica
La naturaleza mágica
En algunos romances, la naturaleza que se describe tiene características mágicas. Nos interesa destacar que la magia no ocurre separada del contexto natural sino dentro de él. En algún caso, la naturaleza mágica es el marco en el que sucede la historia:
Arrimárase él a un roble,
alto es a maravilla,
las raíces tiene de oro,
las hojas de plata fina.
En el pimpollo más alto
vido estar una infantita:
cabellos de su cabeza
todo aquél roble cubrían,
los ojos de la su cara
todo el monte esclarecían.
alto es a maravilla,
las raíces tiene de oro,
las hojas de plata fina.
En el pimpollo más alto
vido estar una infantita:
cabellos de su cabeza
todo aquél roble cubrían,
los ojos de la su cara
todo el monte esclarecían.
En otros casos, la magia natural es el instrumento que hace que suceda la historia:
Una hija tiene el rey
que doña Isabel se llama.
Un día salió a paseo
a las huertas de Granada,
donde están rosas y flores,
clavelinas y albahaca.
En medio de aquella huerta
una fuente de agua clara;
mujer que de esa agua bebe
luego se queda preñada.
De ella bebiera Isabel
por la su desdicha mala.
El erotismo de la naturaleza
que doña Isabel se llama.
Un día salió a paseo
a las huertas de Granada,
donde están rosas y flores,
clavelinas y albahaca.
En medio de aquella huerta
una fuente de agua clara;
mujer que de esa agua bebe
luego se queda preñada.
De ella bebiera Isabel
por la su desdicha mala.
El erotismo de la naturaleza
Pero el punto culminante de la aproximación a la naturaleza del romancero sefaradí es cuando se le otorga una intensa carga erótica. Se compara la esperanza de ver aparecer a una mujer, con lo que ocurre cuando llega la paz a las fuerzas de la naturaleza:
Viola salir al balcón,
más bella que cuando sale
la luna en la oscura noche
y el sol en la tempestade.
más bella que cuando sale
la luna en la oscura noche
y el sol en la tempestade.
Lo vemos en las canciones de seducción, en las que se compara a la amada con una paloma:
En la mar hay una torre,
en la torre una ventana,
en la ventana una palomba
que a los marineros llama.
Dame la mano mi palomba
quiero subir donde tí.
Me han dicho que duermes sola,
quiero dormir yo con tí.
en la torre una ventana,
en la ventana una palomba
que a los marineros llama.
Dame la mano mi palomba
quiero subir donde tí.
Me han dicho que duermes sola,
quiero dormir yo con tí.
Aparece también en la nostalgia del amado, que por ser pájaro se vuela:
Mama, yo no tengo visto, pájaro con ojos azul
rubio como la canela, blanco como el jazmín.
¿Quién es este paxarico que en mi salón entró?
Procuró hacerse nido adentro de mi corazón.
rubio como la canela, blanco como el jazmín.
¿Quién es este paxarico que en mi salón entró?
Procuró hacerse nido adentro de mi corazón.
Y lo más alto de este erotismo aparece en las canciones de boda, en las que la comparación con la naturaleza anuncia el encuentro con el cuerpo de la mujer:
Dice la nostra novia, cómo se llama la cabeza;
no se llama cabeza, sino campo despacioso.
Dice la nostra novia, cómo se llaman esos labios;
no se llaman labios, sino filo de coral.
Dice la nostra novia, cómo se llama esa cara;
no se llama cara, sino rosa en el rosal.
no se llama cabeza, sino campo despacioso.
Dice la nostra novia, cómo se llaman esos labios;
no se llaman labios, sino filo de coral.
Dice la nostra novia, cómo se llama esa cara;
no se llama cara, sino rosa en el rosal.
De este modo, los hombres y mujeres intentan compensar la pérdida física de Sefarad con una construcción sonora. Mientras que los pueblos modifican sus formas de hablar a lo largo del tiempo, los judíos de Sefarad hablarán el mismo idioma de sus antepasados, sin cambio alguno durante siglos. Puesta dentro de su alma, como constituyente de su identidad, la música seguirá siendo la misma.
(Los romances han sido tomados de las siguientes fuentes: Grabaciones de Victoria de los Angeles, Eleonora Noga Alberti y Dina Rot. "El Romancero entre los judíos", en "Los romances de América y otros ensayos", de Ramón Menéndez Pidal, Colección Austral. 1956.)
Antonio Elio Brailovsky
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