Exaltación del Yo
Voy a explayarme un poquito.
Estoy solo aquí...
Ante el ominoso silencio que rige en Redota, voy a seguir utilizando hasta que se me de captura, este medio clandestino, para ponerme en comunicación con mis consecuentes lectores que sé que existen, aunque ignore si son muchos o pocos. Con uno solamente... ya es suficiente para colmar mis ansias de notoriedad.
Yo no ejerzo la exaltación de mi yo, en Redota.
Muchos sí lo hacen, con los suyos.
Considero honradamente que cualquier lugar es bueno y cualquier tiempo mejor, para demostrar al Mundo el amor que cada cual siente por sí mismo. Amar uno su propia persona, es el mejor entrenamiento posible para poder acceder a amar a los demás y ser por ellos amado
Si no te amas... a nadie podrás amar.
Dijo el Cristo: “Ama al prójimo como a tí mismo”.
Dios, pues, puso en ti la medida del amor.
Y en mí.
¡Por eso me amo tanto!
Voy a explayarme un poquito.
Estoy solo aquí...
Ante el ominoso silencio que rige en Redota, voy a seguir utilizando hasta que se me de captura, este medio clandestino, para ponerme en comunicación con mis consecuentes lectores que sé que existen, aunque ignore si son muchos o pocos. Con uno solamente... ya es suficiente para colmar mis ansias de notoriedad.
Yo no ejerzo la exaltación de mi yo, en Redota.
Muchos sí lo hacen, con los suyos.
Considero honradamente que cualquier lugar es bueno y cualquier tiempo mejor, para demostrar al Mundo el amor que cada cual siente por sí mismo. Amar uno su propia persona, es el mejor entrenamiento posible para poder acceder a amar a los demás y ser por ellos amado
Si no te amas... a nadie podrás amar.
Dijo el Cristo: “Ama al prójimo como a tí mismo”.
Dios, pues, puso en ti la medida del amor.
Y en mí.
¡Por eso me amo tanto!
¡Y por eso me parece irreprochable la exteriorización de estos sentimientos.
Los jóvenes de las nuevas hornadas no aman a sus propias personas ni a las demás.
Quieren más a sus pantalones Nike, a sus championes Adidas y a su Ipad y Pm4 que a su padre.
No aman a nadie.
Veneran, idolatran, adoran... a Alejandro Sanz, a Shakira... a Mama Gaga...
Tienen centenares de “amigos” en Facebuc... y siguen estando más solos que Robinson Crusoe, sin Viernes.
Creo que el personal, necesita un revulsivo, una purga con aceite de ricino que es lo que nos daba la abuela para los empachos, en los tiempos en que nos decíamos buenos días por la mañana y comíamos la sopa de ajo, todos juntos en la mesa grande... cuando al vecino de
de la esquina le llamábamos Don José... no como hoy que desconozco, tras veinte años de residencia en esta casa, quien es mi vecino de puerta... No me pide ajo, ni le doy sal. Sólo nos falta el garrote... como en las cavernas del Pleistoceno.
Decía ahí atrás que, a pesar de todo, como me amo... amo, pero tampoco uno ama porque
ers muy buena persona.
Amar es mucho más fácil que odiar.
Odiar requiere de un esfuerzo, superior muchas veces, a nuestras potencialidades física y síquicas.
A todos los que somos apuestos, de ojos verdes y tenemos voz de barítono y marcados abdominales
además de un Audi último modelo en la puerta de nuestra mansión... nunca nos faltará algún par de moscouvitas envidiosos que nos odien.
Yo tengo uno que me desea la muerte.
¡Y no nos conocemos personalmente!
Es un coforero de Redota.
Quiero ya dar fin a este escrito, con un poemilla que le dedico con cariño a mi eterno odiador.
Para el besugo que desea mi deceso.
Antes de morirme, que he,
como tú, en cualquier momento,
quiero decirte, chusmiento,
que he tenido mucho gusto
de haberte pegado el susto
del fulminante deceso
de quien te ha sorbido el seso
y masajeado tu busto...
Pero soy como un arbusto
de lapacho colorado,
en tierra bien enraizado
y más duro que el diamante,
si muero, es por un instante,
pa revivir más lozano,
por ser uno soberano
de su vida itinerante.
Hay que aprender a morir,
con tu simulada muerte...
así engañas a la suerte
y prolongas tu existencia,
lejos de la malquerencia
de quien le ruega a Caronte
te cruce hasta el horizonte,
donde acaba la conciencia.
Ante tu incontinencia
de desearme que muera,
¡esto va siendo la pera
y no pienso hacerte caso...!
pa mi sería un fracaso
no morir en primavera.
Ya he preparado la sera
en que viajarán mis huesos
y he añadido unos quesos
de tetilla de Melide
y pa que nadie me olvide
os dejaré tiernos besos.
O’Celedonio
Los jóvenes de las nuevas hornadas no aman a sus propias personas ni a las demás.
Quieren más a sus pantalones Nike, a sus championes Adidas y a su Ipad y Pm4 que a su padre.
No aman a nadie.
Veneran, idolatran, adoran... a Alejandro Sanz, a Shakira... a Mama Gaga...
Tienen centenares de “amigos” en Facebuc... y siguen estando más solos que Robinson Crusoe, sin Viernes.
Creo que el personal, necesita un revulsivo, una purga con aceite de ricino que es lo que nos daba la abuela para los empachos, en los tiempos en que nos decíamos buenos días por la mañana y comíamos la sopa de ajo, todos juntos en la mesa grande... cuando al vecino de
de la esquina le llamábamos Don José... no como hoy que desconozco, tras veinte años de residencia en esta casa, quien es mi vecino de puerta... No me pide ajo, ni le doy sal. Sólo nos falta el garrote... como en las cavernas del Pleistoceno.
Decía ahí atrás que, a pesar de todo, como me amo... amo, pero tampoco uno ama porque
ers muy buena persona.
Amar es mucho más fácil que odiar.
Odiar requiere de un esfuerzo, superior muchas veces, a nuestras potencialidades física y síquicas.
A todos los que somos apuestos, de ojos verdes y tenemos voz de barítono y marcados abdominales
además de un Audi último modelo en la puerta de nuestra mansión... nunca nos faltará algún par de moscouvitas envidiosos que nos odien.
Yo tengo uno que me desea la muerte.
¡Y no nos conocemos personalmente!
Es un coforero de Redota.
Quiero ya dar fin a este escrito, con un poemilla que le dedico con cariño a mi eterno odiador.
Para el besugo que desea mi deceso.
Antes de morirme, que he,
como tú, en cualquier momento,
quiero decirte, chusmiento,
que he tenido mucho gusto
de haberte pegado el susto
del fulminante deceso
de quien te ha sorbido el seso
y masajeado tu busto...
Pero soy como un arbusto
de lapacho colorado,
en tierra bien enraizado
y más duro que el diamante,
si muero, es por un instante,
pa revivir más lozano,
por ser uno soberano
de su vida itinerante.
Hay que aprender a morir,
con tu simulada muerte...
así engañas a la suerte
y prolongas tu existencia,
lejos de la malquerencia
de quien le ruega a Caronte
te cruce hasta el horizonte,
donde acaba la conciencia.
Ante tu incontinencia
de desearme que muera,
¡esto va siendo la pera
y no pienso hacerte caso...!
pa mi sería un fracaso
no morir en primavera.
Ya he preparado la sera
en que viajarán mis huesos
y he añadido unos quesos
de tetilla de Melide
y pa que nadie me olvide
os dejaré tiernos besos.
O’Celedonio
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