Realizando la
recogida directa de cuentos y tradiciones populares gallegas en las
comarcas arosanas, especialmente en tierras del Barbanza, me encontré con
no pocas sorpresas. La interrelación con las localizadas con anterioridad
en las comarcas del Umia, una de ellas. Al calor de una cocina antigua
una mujer de edad recitó esta estrofa:
Soy Juan Quinto,
Gran ladrón de
Andalucía,
Que a los ricos
robaba
Y a los pobres
socorría.
El recitado, hecho en lengua castellana, con el geismo dialectal del lugar, recuerda
demasiado las famosas coplas de Diego Corrientes y de otros sonados
bandoleros andaluces. De ser verdad cuanto se de su leyenda, Xan Quinto
no pisó jamás otro suelo –real o imaginario- que el de las comarcas
arosanas y galaico-compostelanas de la antigua provincia de Santiago. Pero si hay o no
hay confusión en este recuerdo, no deja de ser significativa la copla,
puesto que la leyenda de Xan Quinto (ladrón/bandido/bandolero de la clase
de los generosos) viene al hilo de las mejores tradiciones andalucistas
del genero, sin dejar por ello su peculiaridad, su genio y su figura de
gallego a la altura de las circunstancias.
La “historia”, casi desconocida fuera de su ámbito, puede
permitirme, a la par que el placer de contarla (y, espero, de leerla), la
toma de contacto con un estilo muy común de narración popular aldeana. Un
realismo cultural, aparentemente crédulo, finalmente fatalista y hasta
escéptico, que pareciendo situar con precisión topográfica las figuras en
familia, en espacio y en tiempo, desestima, al fin, todas las
coordenadas, dejándose llevar de la lógica y de la riqueza expresiva de
la propia historia. Un recurso que, al hacer pasar la leyenda por
realidad, convierte en imaginario el propio realismo.
Si fuera correcta la interpretación que hago del
mecanismo, no dejará de verse sabiamente aprovechado para la alta cultura
por hombres del país de tanta notoriedad como Valle-Inclán o Castelao.
Enraizados en el horizonte de donde brotan las tradiciones populares de
sus gentes, nunca se limitaron a recrearlas. Como creadores, contribuyeron
a su enriquecimiento al hacer uso selectivo del recurso.
La
estampa del personaje
En la leyenda de
este personaje no encontré historias galantes y los narradores prescinden
de la belleza en su descripción. Se destaca, sin embargo, su estampa: “un
hombrazo”, dicen resumidamente. Alto como un castillo, liviano como un
“vimbio” (mimbre), fuerte como un “carballo” (roble). Operaba en
cuadrilla, siendo normal que el narrador incluya en ella bandidos y
ladrones famosos de sus lugares. En este caso, es a éstos a quien
atribuye el plus de violencia innoble que en los sucesos acaezca. También
hay apariciones heroicas e ingeniosas en solitario. Son, incluso, las que
colorean la mayoría de los relatos por mí recogidos. Asaltaba, sobre
todo, caminantes, para robarles. Caía especialmente sobre gentes
trajinantes, con aquel comercial, que movieran dinero (arrieros,
buhoneros, “mandadeiras”, tratantes de ganado, recaudadores, paisanos
ricos que van o vienen del ferial). También asaltaba los carromatos del
transporte y, en veces sucesivas, con reiteración impenitente, saqueaba
pazos, grandes casas y rectorales. Los métodos de trabajo, muy a la
altura de aquellas circunstancias, eran en extremo ingeniosos, siendo su
ley la de que si pobre resultara el asaltado, le devolviera con creces
—antes o después— el “capital” sustraído; pero eso sí: siempre que no
mediara resistencia. En este caso, respondía con violencia súbita,
llegando incluso a darle muerte.
Cuentan, por ejemplo, que en cierta ocasión cayó —en el
Alto de Bexo— sobre un pobre aldeano que marchaba a la feria de Padrón
para comprar un par de bueyes:
—Alto ahí. Soy Xan Quinto. Entrégame los cuartos que
lleves. Te los devolveré.
—Ay, señor!, hácenme falta bueyes
y voy a su compra. Fácil puede enterarse de que no son para negociar. Son
para trabajar.
—Tú, ahora, me das los cuartos,
sigues a la feria y haz por encontrar los mejores ejemplares del ferial.
Pasado el trance. El paisano
observa cuidadosamente el genero del ferial. Xan Quinto reaparece:
—¿Hiciste cuanto te dije?—Hice, señor. Pero cuestan mucho
más de lo que yo traía...
—¿Cuales son los bueyes?
—Tales...
—Esto que te doy ha de serte suficiente. Ve y cómpralos.
Realizada la
operación, pagados los bueyes, Xan Quinto (ante testigos) se encara a un
tiempo con el labriego y el tratante:
—¡Chée! ¡Soy Xan Quinto!. Tu vete con los buyes, que a
buen precio los pagaste. Tu, ladrón, dame lo que te pagó este hombre.
Pero ni esta seguridad de la
devolución parecía tranquilizar a las gentes. Las vendedoras rianxeiras
de pescado, pobres andadoras de muchas leguas diarias, rezaban al
acercarse a los cruces de caminos, entre otras oraciones, algunas
dedicadas a que Dios las librara de Xan Quinto.
Todas estas historias detallan
nombres, lugares, personas, pelos y señales, estando el personaje muy a
la altura de sus miserables circunstancias. De ahí, creo yo, la riqueza
de variantes, la ingeniosa serie de acciones atribuidas a este héroe,
que, azuzando la imaginación del contador, podía hacerse pasar por lo mas
normal. El horizonte de tensión y violencia entre clases, habitáculos y
personas, era tan común en la sociedad tradicional (gallega) que los
circunloquios resultaban innecesarios para los oyentes (aunque acaso no
lo sean tanto para quienes participen, incluso hoy, de la versión
esencialista, romántica, aún circulante, donde se enfatiza tan sólo la
armonía idílica de las gentes aldeanas, cuando no su apacible
doblegamiento). Esta singular visión, muy de folkloristas, contrasta
fuertemente con la óptica tradicional y con las mismas noticias de la
prensa más superficial e interesada: la de los diarios de la época. Así,
aún en el siglo XVIII, gustaba Feijoo de recordar las descripciones de la
violencia gallega que hiciera Silvio Itálico o Estrabón, pongo por caso,
al referir la violencia de él contemporánea. Además, los mismos esclavos
tienen sus sueños de libertad.
Algo más
de la ambientación
Las historias
españolas de bandidos, ladrones y bandoleros debieran utilizar
profusamente el bello libro de viajes de Borrow, buena prueba de que la
geografía del bandolerismo español desborda ampliamente las comarcas
andaluzas. En este sentido, el viaje de don Jorgito el ingles es capital
para situarnos en el horizonte decimonónico del bandolerismo gallego.
Para la fama general de aquel tiempo (1824), los caminos de Galicia
estaban “infestados de ladrones y carlistas que cometen todo genero de
atrocidades”. Borrow describe la función y la “bárbara hermosura” de los
migueletes, bandidos “renegados” o “arrepentidos”, según se mire,
utilizados en la limpia de antiguos colegas, veinte años antes de la
entrada en servicio de la Guardia Civil. El mismo testigo estuvo a punto
de caer en manos de ladrones a poco de aventurarse a hacer ruta sin
escolta. Presenció también, aterrado, otra práctica habitual: al borde de
un camino, “tres horribles cabezas clavadas en sendos palos”, que fueron
de “un capitán de ladrones y dos cómplices suyos, apresados y ejecutados
dos meses antes. Su principal guarida eran las inmediaciones del puente;
tenían por costumbre arrojar los cuerpos de sus victimas a las profundas
y negras aguas que corrían impetuosas por debajo”.
Aquellas tres cabezas —nos dice Borrow—
no se borrarán jamás de mi memoria, particularmente la del capitán,
puesta en un palo mas alto que el de las otras dos: sus largos cabellos
ondeaban al viento, y las facciones, ennegrecidas y torcidas, hacían,
bañadas al sol, una mueca burlona.
Conviene prestar atención al realismo de
la realidad (terrible tanto en los bandidos como en sus perseguidores—,
que hace más temible el de la fantasía.
Aún en las primeras décadas del siglo
XX, las parroquias gallegas, tan diseminadas en general, escondidas entre
una vegetación de notable exuberancia, vivían muy de lejos la presencia
de los civiles. Cuando comparecían, más de una docena de veces ellos
mismos fueron objeto de asalto, sin salir de mi fichero. Sobre todo lo
pasaban mal cuando se atrevían a injerirse en las violentísimas practicas
tradicionales de mozos, caso de las reyertas interparroquianas. También
eran del día a día, las acciones de partidas. En los últimos años hubo
pocas aproximaciones a este asunto. Al margen de casos aislados (Mamed
Casanova), tan solo algunas figuras legendarias, como Pepa a Loba,
merecieron la atención de los escritores del país, nada entusiasmados por
las acciones que daban de comer a ciegos y copleros populares y prestigio
local a la mayoría de los viejos o a los contadores especializados de las
aldeas. Aún, por volver a los ejemplos de mi ultima recogida, al
relatarme las andanzas de Xan Quinto por tierras rianxeiras, salieron a
la descripción una larga serie de ladrones que alcanzaron fama o
notoriedad (Navallas, Latovas, o Granadero de Vilas, o Cajicho de Asados,
Barreiro, etcetera). Incluso la toponimia registra el lugar de Salto Ladrón,
en la desembocadura del Ulla, en tierra de contrabando y bandolerismo
típicos. Otero Pedrayo (nacido en 1883) cuenta que “en Galicia, muchos
ladrones gastaban sombrero calañés y traje corto a la andaluza”, que “no
hay a lo largo del siglo XIX, hasta bien establecida la Restauración,
pazo, rectoral, ni venta no asaltada, casi siempre con énfasis de
valentía y exceso de crueldad”.
Es decir, que el tema de los ladrones y bandoleros es de
los que un contador realista prefiere para describir una historia que, al
fin y a la postre, es legendaria, hija de su propia imaginación o de la
cultura de sus “viejos”. Veamos esto en el caso que nos ocupa.
El lugar y el tiempo
“Xan Quinto era
do Araño”, reiteran las historias en las comarcas rianxeiras. “¿Como do
Araño? ¡Era da parte de Palmeira, coño! “, me juran otros narradores del
Barbanza. “De Cambados”, me dijeron en la otra ribera de la ría...
Valle-Inclán, que canta sus andanzas por el Salnés, escuchó de labios de
la vieja Micaela, que era de Bealo:
-Era de buenas familias. Hijo de Remigio de Bealo, nieto
de Pedro, que acompañó al difunto señor en la batalla del Puente San
Payo. Recemos un Padrenuestro por los muertos y por los vivos.
“¿Usted conoció a
Xan Quinto?”, se le ocurre a uno preguntar después de una descripción
minuciosa de sus andanzas.
“No, hombre, como
lo iba a conocer. Estas son cosas de los viejos”, se recibe por
respuesta.
“Infinidad de cuentos tienenme contados los viejos de Xan
Quinto”, me decía un hombre de unos sesenta anos. “Mucho decían los viejos
que hacía y acontecía”, me refiere un anciano de noventa y seis.
Valle-Inclán, que andaría hoy por los ciento cuarenta anos, situaba así
la ultima versión de su “Juan Quinto”:
Micaela la Galana contaba muchas
historias de Juan Quinto, aquel bigardo que cuando ella era moza tenia
estremecida toda la tierra del Salnés.
Micaela, nos
cuenta el propio Valle, era “una doncella muy vieja” de su abuela, que
murió cuando don Ramón era “muy niño”.
Este aroma, siempre traído con el recurso del tiempo
atrás, es el que permite contar la historia con el mayor verismo,
escondiendo el carácter imaginario que decía. He aquí un ejemplo del que
he recogido variantes:
Antón de Devesa,
compañero de Xan Quinto, maltrataba a sus hijos y tenía tres amigas en
otras tantas aldeas. Por estos motivos, los hijos le querían mal y le
iban con el cuento al padrino. El propio Xan Quinto habíale retirado el
antiguo aprecio, pues notaba cómo para sostener el vicio robaba y mataba
sin ley. Un buen día se presentó en casa del compadre y, en su ausencia,
inquirió:
— ¿Dónde va el “viejo”?
— Va con
amigas...
Xan Quinto lo aguardó, y al entrar
lo derribó de un trancazo. Y les dijo a los hijos:
— Ahora lo rematáis; si no, os
liquido como a él.
Y los hijos se pusieron al
asunto... Temiendo que el hermano menor pudiera asustarse y cantar
después, lo metieron en una “artesa”. Remataron al padre, y, montándolo
sobre su caballo, lo enterraron junto al mar, ahí, en la Torre. Y nadie
en la aldea echó jamás de menos a Antón da Davesa.
Mas he aquí que pasado cierto
tiempo, una vieja loca, que andaba al “argazo” se encontró con una bota.
Tiro de ella y le salio una pierna. Gritó:
—iAcudid, vecinos, hay un hombre
muerto!
Y allí se descubrió el cadáver y
la muerte de Antón. El asunto entró en Juzgados, los Juzgados tiraron de
la lengua del hermano menor, que acabó por contar todo lo que había
escuchado, yendo sus hermanos mayores a la cárcel.
El narrador termina la historia ofreciendo otros detalles
reveladores:
—Si, el hermano
menor le contó esta historia a mi padre. Era familia de... Uno de los
presos volvió por aquí muy viejo...
Esta misma precisión se da con Xan Quinto. Manteniendo en
el misterio la relación con su figura, no dudan los narradores en
atribuirles parientes honrados; su padre, su hija, una hermana…
Otros elementos de la “historia”
El miedo y el
misterio, que dan el pathos a la mayoría de las narraciones populares
galaicas, están en las de Xan Quinto. El bandolero despierta, por su
valor y rebeldía, admiración y temor; inspira actitudes de complacencia
con el estado de cosas, esperanza en grandes figuras justicieras, en
sonadas acciones. Se cuenta, por ejemplo, que dos aldeanos ricos,
agraviados con el ladrón por sus reiterados saqueos, se apostaron con
carabinas a uno y otro lado del camino. Cuando pasó Xan Quinto, fue tal
el tembleteo, que cada uno hirió al otro, sin que el bandido tuviera
siquiera que hacer un movimiento.
Cuéntase igualmente que Xan Quinto hacía de la taragoñesa
aldea de Ourolo un lugar seguro de asiento, teniéndole ley la gente,
martirizada por la tensión tradicional con los aldeanos de Bealo, vecinos
suyos con limites muy marcados. Los de Bealo eran temibles en reyertas,
formaban un verdadero cuerpo de ejército, invencible de todo punto para
los de Ourolo. El famoso bandolero se ofrece a éstos en pago de gratitud,
para combatir a su lado. Llegada la ocasión de la pelea, aparece en un
alto, armado con el palo consuetudinario, y dando su grito:
—jAy de los de
Bealo! ¡Soy Xan Quinto!
La desbandada fue
tan inmediata como la crisis del famoso ejército de contrarios.
Mil historias hay
en esta línea, en que se dibuja su estampa, se precisa su material de
lucha —escopeta, palo, navaja de muchos “estalos”, cuerpo limpio— y se da
cuenta de la admiración y del temor que despertaba con su simple
aparecer.
Sus asaltos a
pazos, grandes casas y rectorales fueron sonados, dando ocasión, una vez
mas, a ejercitar el realismo. Prefería foristas o rentistas importantes,
el estilo gallego del gran propietario tradicional. He aquí un caso:
En la Brea estaba la casa de don
Ambrosio Romero, una casa rica, muy rica: tenia un hórreo de veintitantos
pies de lado. Don Ambrosio tenia propiedades en Curés, en Abanqueiro...
Era, además, un hombre que metía respeto, fortísimo, y su hijo, otro
tanto como el. Y estaban hartos de que una y otra vez les robase Xan
Quinto. Así, viendo que aparecía solo, don Ambrosio decidió hacerle
frente, y su hijo —que estaba fuera— se encontró de regreso la casa
robada y a su padre atado con el pañuelo de la sirvienta..
El bandolero
utiliza siempre, sabiamente, la incomunicación interaldeana e
interparroquial. En cierta ocasión, se dice, asaltó a un escribano y le
hizo firmar un papel para que un gran señor de pazo le entregara al
portador determinada cantidad. El propio Xan Quinto cobró el encargo,
riñendo para siempre los señores y sembrando entre ellos la discordia. Y
el mismo estilo de asaltos a los odiados personajes del Juzgado y del
Concejo se repiten en este escape imaginario de las leyendas del
personaje. Siempre temido, siempre admirado.
Me contaba el
último verano de entonces una gran contadora del Salnés, como muy cerca
de su lugar había, en otros tiempos, una venta. Xan Quinto y su gavilla
se llegaron a ella e hicieron noche. Los venteros, muertos de miedo,
escuchaban la programación de los asaltos inmediatos, temblando “como
varas verdes”. Xan Quinto los tranquilizó:
—No temáis. El lobo, donde anida,
no come. Y, además, nosotros aún le sacamos algo a los ricos y aún le
damos algo a los pobres...
Ciertamente. Estos grandes ladrones de ricos tuvieron
siempre mil años de perdón entre las gentes y las narraciones aldeanas.
Éstas no sentían lo que ahora sienten tantas veces: verdadera admiración
por otros bandidos de chalina que hacen de pliegos y papel sellado un uso
que les parecía como tanto o más despreciable. El ratero —pequeño ladrón
de pequeñas cosas de pobres gentes— es odiado; el ratero político, que
medra por su servilismo con los poderosos, también. El mismo cacique vive
su dominio en un ambiente de contraprestaciones, cuya ambigüedad y
riqueza simbólica he tratado de describir en otra parte. Pero el ladrón,
el gran ladrón, el que vive de las grandes jugadas, no puede ser enemigo
para los que nada tienen, por esto lo persiguen papeles y poderosos; es
un compañero de viaje, rebelde, terrible, pero compañero al fin, aunque
pueda, llegada la ocasión —y no es éste el caso de Xan Quinto— pactar con
los poderes y echarse al que dicen ser Camino recto (camino que –como
nosotros decimos del Derecho- no es tal, sino retorcimiento).
En los relatos de Xan Quinto se ve bien esta ultima
complicación en dos aspectos reveladores que guardan relación con la
“honra” y el “valer”. Hijo de buen linaje, en línea con las mejores
familias, si no es honrado por la vida que el destino le llevo a vivir,
sí lo es por el estilo y el uso que hace del numerario robado. Este héroe
de la rebeldía popular, situado en un mundo mal hecho, vive como un
malvado su destino de justiciero.
Xan
Quinto en la alta cultura
Conozo muy pocos
estudios que merezcan tal nombre acerca de este personaje. Chao Espina,
cuando pasaba revista a algunos bandidos gallegos, con exceso de
moralización muy propia de su oficio, no lo aludía siquiera a titulo de
inventario. Tampoco se le aparece a Beatríz López Morán, la mejor estudiosa
del asunto. En el mismo plano de la realidad trata de situarlo desde hace
años nuestro amigo Xesús Santos, mientras otra amistad de ambos, el
inolvidable Borobó, apostaba por la
fantasía, hasta el extremo de situar su nacimiento público en la cuadrilla
legendaria de Pepa A
Loba. Con mucha anterioridad trataron acerca de él Ramón
Cabanillas, Leandro Carré y el citado Valle-Inclan. Este último nos
refiere la celada final, cuando el ladrón encuentra la horma de su zapato
en uno de tantos curas trabucaires como transitan por sus historias de
latrofacciosos carlistizantes; pero en otro viejo relato, casi olvidado,
me encuentro con que el verdadero artífice de la muerte de Xan Quinto fue
un niño lugareño, casi de pecho…
Cabanillas, en Caminos
no tempo, trae al héroe popular a una estrofa de su poema (publicado,
por primera vez en los anos veinte), “O cruceiro do monte” :
E dende alí
ollaban as veredas
e os caminos
travesos
coa carabina o
lombo,
do paso dos
civiles en axexo,
os espias da Loba
e de Xan Quinto,
ladrons e
cabaleiros.
Valle-Inclán insiste en el tema del honor y el linaje
heroico. A propósito de Mamed Casanova —cuando su detención, en 1903—,
llegó a explicarnos su actitud de manera franca:
Yo os confieso que admiro a estos
bandoleros que desdeñan la ley, que desdeñan el peligro y que desdeñan la
muerte. Tienen para mi una extraña fascinación moral.
Valle, que utiliza como fondo la leyenda en su Águila de Blasón. Comedia Bárbara (1907), se encara con ella en
1914. Su “Juan Quinto” se publica en El
Diario de Pontevedra el
19 de mayo de tal año. Pocos meses después, pero ya con ciertas
variantes, la incluye como narración inicial de Jardín umbrío. Historias de santos, de almas
en pena, de duendes y de ladrones. Desde
entonces aparece siempre en este libro y las variaciones de la primera
forma en relación a las ediciones hoy circulantes se explican fácilmente
por la lógica que Valle da a todos los relatos del libro: ser (en la más
pura apariencia) capturas en el recuerdo de aquellas historias que la
vieja Micaela le contaba, “mientras sus dedos arrugados daban vueltas al
huso”.
* * *
Hace 35 años, cuando
preparábamos la edición de esta crónica,
pudimos recoger con la mayor normalidad muchas historias de su estilo.
Hoy sería prácticamente imposible hacerlo. La cultura televisiva en
blanco y negro comenzaba a hacerse masiva por entonces. Hoy sus
resultados están a la vista. Ningún comité de U-Sabios podrá
remediarlos. Cierto: son demoledores. Pero lo mismo sucede con la cultura
académica y la cultura canónica que fue creando la U-Sabiduría burocrática que nos abruma.
Falta de curiosidad y atractivo, mimética, demoledora, profesoral en el
peor sentido, ¿dónde podríamos preguntar quién fue, en realidad, la
Micaela de Valle-Inclán? Una figura construida con la misma alquimia de
Xan Quinto.
José Antonio Durán
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