sábado, 25 de julio de 2009

Invasión... urbana...

Leyenda urbana
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Ella se llamaba Urbana, Doña Urbana. Él, Urbano, Don Urbano.
Eran padres de un hijo al que llamaron Urbanito... que era guardia urbano y nunca se animaron a achicarle el nombre, pues no consederaron coherente acortar el nombre de algo que cada día crecía más. Así queel mozuelo, se quedó en Urbanito a pesar de sus dos metros de altitud sobre el nivel del mar y sus ciento veintiseis kulogramos de peso homologado sobre sus plantapés.
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A los seres humanos, cualesquiera sean su raza, religión o color de su pelaje, se les podrá llamar negros motudos, chinos capiruchos, herejes, ateos, beatos comesantos, lo que ustedes deseen... pero si viven en una ciuidad, lo que son , verdaderamente, es urbanitas, en contraposición a los que viven en los campos, excepto los Campos Elíseos, que son campesinos. Los de los Campos Eléseos o Eliseos... que tanto monta... se llaman franceses.
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Es cosa bien sabida que los campos se distinguen por la presencia de pueblos
, tras largos trechos de sementeras, olivares o yermos, según el punto geográfico del que se trate y todos los pueblos de los campos, tienen su campanario.
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Con las capitales no ocurre lo mismo. Las capitales tienen y por ello se destacan de los pueblos, hermosos capiteles, coronando las columnatas de sus grandiosos monumentos. Algunas capitales poseen su Capitolio y gran número de grandes capitalistas.
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.Tengo la impresión de que en eso, estamos de acuerdo.
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“Urbanita”, a la palabra me refiero, viene de “urbe”, ciudad populosa, que a su vez, proviene del “urb. urbis...” latino. Es un neologismo que hemos afanado al ingles, sin ningún remordimiento de conciencia, habida cuenta de los galeones cargados de oro que ellos nos afanaron, en la Bahía de Cádíz y muchas otras bahías que no viene al caso mencionar aquí.
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Antes - in illo témpore - cuando las cosas eran mucho más simples y genuinas, los campesinos, vivían en sus idílicos campos, donde abundaban los manantiales de aguas cristalinas y las dulces pastorcillas que alborozadamente cuidaban de empeluchados corderitos retozones, mientras los mozuelos tocaban sus dulzainas.
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Los campesinos, iban a la urbe en burro... de vez en cuando en yegua, a vender
sus albaricoques y demás productos de sus melgas. Los urbanitas aprovechaban algunos de sus domingos, para enseñar a sus niños, como olía la bosta de vaca y contemplar el milagroso y titubeante vuelo de las mariposas.
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Las cosas... se complicaron.
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Los urbanitas crecieron desmesuradamente. El campo se fue encogiendo resignadamente, ante la voraz expansión de las ciudades “cosmopolitanas”.
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Se produjo la famosa “Burbuja inmobiliaria”.
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¿Burbuja?
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¡Bueno... algo así, como el Agujero de Ozono... o la Peste en Antares.
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¡Son muy sutiles las expresiones de los especuladores!
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Los urbanitas, labraron su provenir con el cemento y el ladrillo.
Los campesinos dejaron de labrar.

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Muchos se hicieron urbanitas. Cambiaron sus botas montaraces por el zapato de piel de Ubrique.
Se dedicaron también, al Gran Despelote del Siglo:
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Sembrar sus propios
campos de bloques de ladrillos...
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Y llegó lo previsible:
Que ya nadie tuvo un albaricoque que llevarse a la boca... que los tomates tenían sabor a remolacha... que los melocotones se pudrían en el trayecto del Carrefour a la casa de uno....
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¡Nos quedamos sin campo!
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Las vacas se crían en Internados y van al excusado a hacer sus ne
cesidades.
Los manantiales de aguas cristalinas, se contaminaron.
Las pastorcillas que cuidaban de los mansos corderitos , emigraron a las grandes urbes y se hicieron putas...
Los mozuelos se incorporaron a la Legión Extranjera...
Algunos se hicieron boys...
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Don Urbano y Doña Urbana, se volvieron a su pueblo de Albahaquilla del Campo, donde ya no había campo y tuvieron que conformarse con la higuera de la vera del río, a cuya sombra tomaban mate de yerba Sara, en los bucólicos atardeceres...
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Urbanito, llegó a Sargento y con su status actual y su altitud congénita, observa el mundo como desde la atalaya del Naranco de Bulnes....


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