miércoles, 15 de julio de 2009

Reflexiones papirofléxicas...




Seguramente todos estaremos de acuerdo si digo que este Blog está confeccionado por un sujeto ocioso que no tiene nada mejor que hacer que perder el tiempo en macacos, minucias e inmundicias...

Con el alma en vilo - a veces en otra parte - hasta a mí no me parece formal, que un sujeto que posee profundos conocimientos de Papiroflexia y Reflexología podal, Sexología e Historia de todos los Sequiscentenarios y efemérides de Mérida y otras capitales exhumadas de los escombros cámbricos, se dedique a la procreación de personajes de dudosa reputación, llamativa indolencia y confirmada insolencia...

Voy a tratar, de algún modo, de atemperar mis reconocidos pecados, porque no hay cosa más insensata que pecar, pecar, pecar y no tratar de poner freno a tanta barbarie.

Que no tengo nada que hacer, es un hecho evidente, que salta a la vista y se confirma al observar que ya llevo en este Blog, más de mil ochocientas entradas al día de hoy... lo que no es moco de pavo. Para mi... lo que ocurre es que estoy sufriendo un problema de Soledad, – Soledad siempre me traspasa todos sus problemas - que me induce a ignorar el Mundo exterior y a inventarme nuevos mundos más acordes a mi propia naturaleza.

Si todo este tiempo lo hubiese dedicado a la Reflexología podal, hubiera, sin duda, aliviado muchos dolores de cabeza, provenientes de los pies de mis pacientes podales. Y mis narices estarían saturadas, magulladas y hastiadas de los nauseabundos olores que el humano desplaza a sus pies, en compensación por los desplazamientos que los pies le procuran cotidianamente.

La Papiroflexia, tras largos años de práctica, ha llegado a aburrirme de tanta doblez, añadida a la doblez de tanto ciudadano que se santigua y en la alcoba contigua, lleva a cabo nefandos vicios antiguos, heredados de ambiguos y exiguos genes.

Don Miguiel de Unamuno era un consumado papiroflexófilo. Es mejor que ser un consumado ser inconexófilo o desconexófilo, incapaz para el sexo, como dicen que era el Eugene Ionesco, el del Rinoceronte, al cual aborrezco. Era otro gran perdedor de tiempo...

A Don Miguel, hombre más enjuto que Mejuro, le solía decir su mujer:
“Miguel, si en vez de tantas barquitos y volanderas mariposillas, te dedicaras con más empeño a tu cátedra salamanquesa, seguramente se reduciría notablemente, el número de asnos que acuden a oírte en las aulas...” Don Miguel se limitaba a respingar y soltar, por lo bajines, una puteada en vasco chapelo de ikastola pueblerina.

Así que yo... que no soy Unamuno, ni tu una mona... ni yo nesco ni tu la Unesco... pues que se me da por crear muñequitos, inspirados en las fruslerías de ciertos individuos que la vida me va poniendo en medio de mi camino. No me huelen mal y son indoblegables. Los fabrico a prueba de torceduras.

Considero lo dicho una razón suficiente, como para dejar de lado las compulsivas
sugerencias de algunos lectores, para que deje mi afición de estrujar almas ajenas y me cuide de la mía, más próxima a su extinción, por la avanzada edad con que me sigo moviendo sobre los terrones de mis pagos.

Como tengo tan poco que hacer, es muy probable que, al paso que vamos, algún día ya no tenga nada, nada que hacer. Me asusta pensar en mi regreso a la Reflexolo0gia podal y a la Papiroflexia manual.

Será el momento de abdicar de todos los tronos y rezar una Salve, por los asexuados que jamás pudieron concebir un alma que no fuera la suya propia...

¡Qué el Señor Dios, se la conserve eternamente en formol!

Des Kisio

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